Textos sobre la cuestión tecnológica. Vicente Lombardo Toledano

El hombre y la máquina

“Excélsior”, 29 de noviembre de 1929

El conflicto creado en nuestro paìs como en algunos otros con motivo del empleo del cine parlante, que ha venido a suprimir las orquestas, vuelve suscitar la discusión del viejo problema de saber y decidir si los inventos mecánicos deben considerarse como beneficios para el hombre y, en particular, para la clase trabajadora. Lo que llamamos progreso no es sino el perfeccionamiento de la técnica al servicio del aprovechamiento del mundo por el hombre. Entre Prometeo -encarnación simbólica del primer paso de la industria- y Edison, no ha habido solución de continuidad en la serie de los constructores de los utensilios con que el hombre ha ido dominando la tierra para hacer su vida más fácil: La utilería reviste innumerables formas: desde los instrumentos materiales que han evolucionado, partiendo de la herramienta manejada por la fuerza física del trabajador, y que han llegado a la automatización de la gran maquinaria, hasta el desarrollo último de las ciencias que no son sino utensilios al servicio del mismo fin, como la palanca o la locomotora.

El proceso del aprovechamiento del medio es fatal porque está en la estructura biológica del hombre. La inteligencia considerada como cualidad privativa del hombre no es, en realidad, tal atributo; es, simplemente, el vehículo de aprensión de que dispone a falta de garras o de fuerte dentadura; por eso la definición de HOMO SAPIENS debe sustituirse -dice Bergson- por la de HOMO FABER, que confirmando el carácter biológico de la razón, coloca a esta, sin embargo, en el simple plano de antecedente o causa de la actividad constructiva del hombre, que sí es la característica que los distingue del resto de la escala zoológica, y que explica con claridad el motivo y la fisonomía de lo que llamamos progreso.

La ley del progreso, por tanto, es la propia ley biológica general: máximo de provecho por mínimo de esfuerzo. El hombre, obligado a vivir, quiere librarse del esfuerzo o del dolor que la vida supone; de ahí que la técnica del trabajo -lo mismo la del obrero de la industria extractiva que la del consultor de un banco-, tienda a reemplazar el esfuerzo directo por un procedimiento que lo represente y que transforme la labor humana en una tarea de simple vigilancia en los mecanismos inventados.

Sin embargo, el hombre parece estar colocado en un círculo vicioso al pretender reducir su esfuerzo para vivir mejor, porque el adelanto de la técnica del trabajo ha producido en los últimos años el desplazamiento de muchos millones de operarios, colocando al margen de la actividad y, en consecuencia, en la imposibilidad de poder subsistir. Cada nuevo invento arroja a la calle a los servidores de la técnica que se sustituye por otra, de tal suerte que se ha producido ya una fuerte corriente de opinión contraria a la celeridad con que se transforman los medios de trabajo. Y así, desde el ferrocarril hasta el cine parlante, los inventos no sólo aumentan el descontento de uno de los factores de la producción, sino que esas mismas modificaciones a los sistemas de trabajo han creado un problema desconocido para la antigüedad con las proposiciones que hoy presenta: el problema de los desocupados.

¿Cuál será el futuro de la humanidad, a medida que el perfeccionamiento del esfuerzo humano progrese? ¿Estará realmente condenado el hombre a vivir el círculo vicioso de pugnar por disminuir su esfuerzo para mejorar la vida y no hallar, a la postre, sino el aplazamiento producido por la obra de su propia ambición? ¿Será justificada la repulsa de la sustitución del esfuerzo natural por el mecanismo de la técnica?

Mientras la vida humana no se organice de acuerdo con el principio socialista que obliga a los hombres al trabajo por igual, con el fin de que todos disfruten en la misma proporción del bienestar material y del ocio, la técnica no será sino la expresión quintaesenciada del Struggle for life, es decir, un instrumento para provecho de los más fuertes a costa del esfuerzo de los débiles que, en la especie humana, son la mayoría. El dominio del medio seguirá siendo por fatalidad natural y debe seguir siendo por conveniencia del hombre , un Desideratum de su vida; pero esta actitud humana intrínseca y colectiva debe de traer como consecuencia el disfrute proporcional de la misma, tanto en los bienes materiales cuanto en los espirituales que produzca

Si la técnica multiplicará el esfuerzo constructor del hombre, la producción en general aumentará también garantizando su subsistencia; por eso, cuando la humanidad llegue a liberar su esfuerzo y a reemplazarlo por una técnica superior que produzca lo  que ella a de menester, con distribuir proporcionalmente lo producido y garantizar por igual el disfrute del tiempo que no se emplea en la actividad constructiva o productiva, las posibilidades de la vida material y de la vida espiritual, semejantes para todos, borrarán las diferencias sociales que dividen a los hombres actualmente y que tienen como causa la diversidad de la renta personal y de la posibilidad de la cultura. Sólo dentro de un orden social así concebido, el espíritu recobrará sus esfuerzos por encima de los valores materiales, y la sociedad dejará de tener el sello materialista y pesimista que hoy cubre de sombras

La máquina no debe ser, pues, combatida. Ella representa, al lado de la espina dorsal, la causa que separa al hombre de la animalidad y la única posibilidad de cultivar el espíritu. Lo que debe combatirse es el régimen capitalista

La era de la técnica. Los problemas de la planificación

“Excélsior”, 13 de diciembre de 1929

El conocimiento, cada vez más completo, de los hechos sociales, no sólo ha permitido la elaboración definitiva del método propio en la investigación sistemática de esos fenómenos, sino también ha logrado fijar con precisión el que debe emplearse para realizar los programas políticos, económicos y morales -indisolublemente unidos-, dando así, a la ciencia social, en términos generales, una certidumbre muy próxima a la de las ciencias biológicas que la preceden en el orden de los conocimientos humanos -como explica Comte- por razón lógica e histórica.

El método para conseguir el cumplimiento de los programas que han de encauzar el orden social, ha sido bautizado con el nombre de TÉCNICA, implicando en este término los diversos modos particulares de realización concreta de los múltiples problemas relacionados con la vida en común: desde los que se refieren a la construcción de los  edificios, hasta los concernientes a los sistemas de la producción económica. Lo que caracteriza a todos ellos y, por tanto, a la técnica, es el reconocimiento del doble principio de que los fenómenos sociales son susceptibles de orientarse, de acuerdo con cualquier postulado, y de que la vida social debe desarrollarse, siguiendo un programa previamente formulado: es decir, conocimiento de los hechos que constituyen la vida colectiva ha demostrado que ésta es -como lo afirmó Aristóteles hace muchos siglos- la mayor obra humana; que el hombre no es un juguete de las leyes que rigen la vida social, y que para que ésta responda al ideal de justicia por el que clama el siglo en que vivimos, es preciso concretar este ideal, precisándolo en todas las formas de vida de relación, para facilitar su pronto advenimiento, contando con la posibilidad de alcanzar este propósito.

Como consecuencia de estas conclusiones, resultado de la especulación y de la experiencia, la época que vivimos puede merecer como propiedad el título de la era de la técnica: las ciencias llamadas exactas por tradición, alcanzan un sentido humano o HUMANISTA de que antes carecían, sirviendo de auxiliares poderosos al propósito fundamental del hombre, de organizar del mejor modo posible la vida social; lo mismo acontece con las llamadas ciencias naturales que hoy sitúan como nunca su objetivo en el servicio que pueden hacer al mismo ideal de mejorar las condiciones de la vida cívica, y las disciplinas sociales, por su parte, se depuran del carácter hipotético y del aspecto de confusión que las distinguió desde su origen, para mostrar la compleja e inagotable riqueza que ofrecen al hombre los hechos que la hicieron surgir, como perspectiva asequible de mejoramiento humano. Y es tan importante esta HUMANIZACIÓN de las ciencias, que ha repercutido en el mismo campo de las luchas sociales, dando nacimiento al lado de la clase capitalista y de la clase asalariada, a un nuevo grupo social, el de los técnicos que propugna por su autonomía para resolver los conflictos y los problemas sociales, empleando instrumentos distintos a los de la política, y elevando de esta suerte las pugnas colectivas del plano de la mecánica -de la lucha de fuerzas-, al de la sociología misma; es decir, al de la técnica que necesariamente implica el conocimiento completo de los hechos sociales y, por tanto, el convencimiento de que éstos rebasan el estadio de gladiadores dentro del cual el hombre había querido resolverlos hasta ayer.

Bastaría para confirmar la eficacia de la técnica prescindiendo el curso de la vida social, con recordar que son fruto de ella la gran industria norteamericana, la reorganización político-industrial de Alemania y la compleja y elevada legislación de previsión social de los más importantes países del mundo. Los congresos nacionales e internacionales de carácter técnico que se reúnen anualmente; la riqueza de la literatura sobre los problemas sociales, vistos en su nuevo aspecto; el reconocimiento universal del fracaso de los medios políticos como sistema de resolver los problemas sociales, y la multiplicación de los organismos y de las instituciones de carácter técnico para aconsejar la resolución de estos mismos problemas, demuestran también el cambio operado en los procedimientos de gobierno y en la propia organización social; de tal suerte que los países que no han advertido todavía ese cambio y no se esfuerzan por reorganizarse de acuerdo con él, viven a esta hora en la misma situación de los industriales que, concurriendo en el mismo mercado, pretenden conservar su clientela desentendiendose de los adelantos introducidos por sus competidores en los diversos departamentos de sus respectivas empresas.

Dentro de este vasto programa, los problemas de las ciudades modernas han engendrado su técnica con el nombre de PLANIFICACIÓN. Estos problemas -provocados por el desarrollo de la gran industria-, son fundamentalmente, el crecimiento de la población de las urbes -que significa la despoblación de los campos-, con los problemas que derivan, a su vez, de él mismo: el del alojamiento; el del tráfico de vehículos; el de la localización de las diversas actividades humanas dentro de la ciudad; el del tipo de vivienda, según la ocupación  y la renta de que disfruten sus moradores; el de la ubicación del hogar en relación con los sitios de trabajo; el de los espacios abiertos -arboledas, jardines, parques, y centros deportivos-, de acuerdo con la densidad, calidad y distribución de la población citadina; el problema de reorganizar la vida de las ciudades de acuerdo a un nuevo concepto de obligaciones, derechos y garantías de los individuos y la especie, corrigiendo materialmente los defectos y los vicios de todo orden, que aparezcan como consecuencia de la comparación del viejo modo de vivir con el nuevo programa de vida social, y el problema de prever -ya dentro de este programa- el crecimiento de los centros de población.

Y de la reorganización y de la previsión del desarrollo de la ciudad, la planificación ha pasado a la región o zona geográfica del carácter definidos, para intentar dentro de ésta su complejo propósito: ¿qué misión corresponde realizar a los pequeños núcleos poblados en consonancia con las grandes urbes y cuál al campo respecto de éstas y de las villas y pueblos de escasa significación? ¿De acuerdo con cuáles bases ha de permitirse la erección de nuevos centros poblados? ¿A qué programa debe sujetarse la construcción de caminos, ferrocarriles y vías de comunicación, dentro de la zona? Y de la región se ha pasado al país mismo: ¿está bien distribuida la población? ¿Cómo conviene distribuirla? ¿A qué reglas y propósitos debe ajustarse la producción económica? ¿Cómo debe hacerse el tráfico entre las diversas regiones? ¿Corresponde la organización política y la división del territorio desde el punto de vista político, a las necesidades de la población y al programa de mejoramiento social?

México vive sin técnica. Sería tarea inútil justificar esta afirmación. Por fortuna, parece que los intentos, todavía dispersos de abandonar los medios políticos para resolver nuestros más graves problemas se multiplican: ayer fue la expedición del decreto que crea el Consejo Nacional de Planificación, que convoca la Secretaría de Comunicaciones y Obras Públicas, para los primeros días del próximo año.

Ojala que el Gobierno preste a esta reunión la importancia que tiene y que no la tome sólo como una de las tantas iniciativas pueriles de los funcionarios, a quienes se les tiene confianza y a quienes, en consecuencia, se les permite, el gato de un poco de dinero, lo mismo para organizar la “semana del automóvil”, que una KERMESSE en beneficio de los sin trabajo.Ojalá también que en el congreso  que se proyecta estén representados los gobiernos locales que viven dentro de un frenético y entusiasta desorden, y que las instituciones privadas puedan hacer posible -en apoyo del Estado- el programa de acción del Congreso redacte. Las empresas de la planificación -como todas las de salvación pública- requieren siempre el concurso de todo un pueblo.

El Estado frente al maquinismo

“Excélsior”, 13 de diciembre de 1929

El reciente laudo dictado por la Junta Central de Conciliación y Arbitraje del Distrito Federal, en la demanda presentada por la Asociación de Empresas Cinematográficas en contra del Sindicato de Filarmónicos, pidiendo la terminación de contratos de trabajo, en virtud de la implantación del vitáfono; demanda de la que se absolvió a los músicos por no haberse probado que los instrumentos mecánicos que producen música desalojan de un modo absoluto a los trabajadores y que, en consecuencia, éstos pueden coexistir con el vitáfono, como a venido ocurriendo desde hace dos años; independientemente de la importancia práctica que entraña por el hecho de que tal resolución impide que queden sin empleo y se vean obligados a cambiar de oficio algunos centenares de jefes de familia, viene a plantear un problema de positivo interés desde el punto de vista de la doctrina  jurídica.

¿Debe el Estado intervenir en la implantación de la maquinaria para juzgar la necesidad de la misma, de las consecuencias que tal medida puede traer para la empresa y para los trabajadores afectados, para la economía del país y, finalmente, para la sociedad en general? El artículo 128 de de la Ley Federal del Trabajo declara que cuando por la implantación de maquinarias o nuevos procedimientos de trabajo el patrón tenga necesidad de disminuir su personal, podrá dar por terminado el contrato de trabajo con los trabajadores sobrantes, pagándoles como compensación  la cantidad estipulada en los contratos respectivos y, a falta de convenio, la equivalente a tres meses de salario. De acuerdo con la filosofía del derecho tradicional, del derecho que tiene por objeto proteger al individuo, las transformaciones que sufre la propiedad sólo se justifican por un acto de voluntad del propietario, es decir, sólo se permiten como consecuencia del ejercicio del derecho de la propiedad: la expropiación de la propiedad por causa de utilidad pública, previa indemnización, confirma propiedad por causa de utilidad pública, previa indemnización, confirma la tesis, la vieja doctrina romana del jus utendi, fruendi, et abutendi, tomada en su sentido gramatical: el derecho de usar, de disfrutar y de abusar de una cosa contra cualquiera. A la luz de este principio sería inadmisible que el Estado impusiera, mediante la vía legislativa o administrativa limitaciones al derecho de propiedad, como tampoco podrían admitirse limitaciones de igual carácter al derecho de ejercer cualquier profesión u oficio; sólo la restricción impuesta por la moral tiene validez a este respecto.

Pero el derecho actual, como resultante de las necesidades sociales de la época, señala términos constantes a la antigua teoría de los derechos del hombre y encomienda al Estado la enorme, trascendental función de fijar esos límites en beneficio de la comunidad. ¿Esta función del Estado significa la socialización del derecho? ¿Entraña la noción de restricciones válidas al derecho de propiedad? Indudablemente sí, en uno y en otro caso. El Derecho Industrial Obrero es, en cierto sentido, la proyección de la economía política en el campo del Derecho Privado y del Derecho Público; y los problemas inherentes a la producción, a la transformación, a la circulación y a la distribución de la riqueza, han dejado de ser problemas de de la competencia exclusiva del individuo para transformarse en asuntos de interés público; por eso el Estado interviene en todos ellos limitado las esferas jurídicas de los particulares e imponiéndoles normas que garanticen y definan sus derechos con sujeción al interés colectivo. Las instituciones más salientes del derecho industrial confirman esta teoría: a) las partes -el obrero y el patrón- no pueden pactar libremente las condiciones de prestación de los servicios del trabajador: la jornada, los descansos, el salario, etc., los ha fijado el Estado con antelación; b) el contrato colectivo de trabajo no es tampoco un acto de la voluntad de las partes y, en muchos casos, el Estado lo puede imponer hasta a los que no ha contratado, declarándolo obligatorio para toda una rama industrial; c) el paro o la suspensión de labores en un centro de trabajo no queda tampoco a voluntad del empresario: el Estado puede autorizarla o negarla y, en caso de desobediencia del patrón, exigirle responsabilidades. Todos estos casos significan restricciones al derecho de propiedad, tal como se concibió hasta hace unos cuantos años, bajo la filosofía del derecho individualista cristalizado en el Código de Napoleón, florescencia máxima del régimen burgués.

La implantación de maquinaria o de nuevos procedimientos de trabajo no es, pues, un derecho absoluto del patrón. En todos los casos en que se presente, el Estado debe intervenir para juzgar de las causas que la motiven y de los efectos que puede producir. Si es cierto, que, como regla general, debe sostenerse el principio de que el progreso de la técnica significa la baratura de la mercancía y el aumento de producción y que, por tal motivo, no deben ponerse obstáculos al progreso de los instrumentos y de los medios de la producción, también es verdad que cuando no hay programa que prevenga los resultados del maquinismo, se corre el riesgo de provocar crisis inmediatas de difícil o de imposibles reparación y crisis futuras  de verdadera trascendencia histórica, como las que padece actualmente el mundo, abarrotado de mercancía sin compradores y poblado de muchos millones de individuos sin trabajos que gravitan sobre el número cada vez más reducido de los que tienen empleo.

Tal es el caso del vitáfono, la máquina que produce música y que puede, en un momento dado, si se aceptara la vieja tesis  individualista del derecho de propiedad sin restricciones, borrar de la nómina de las profesiones del músico, con un prejuicio inmediato para éste y una grave alteración social que tal hecho produciría al aumentar el número de desocupados. Por otra parte, en este caso el problema del maquinismo presenta un interés especial porque, independientemente del aspecto económico que entraña, el Estado debe considerar las consecuencias sociales de sustitución del hombre por el mecanismo músical. Como el Estado es una institución de fines teleológicos, obligado a cuidar lo mismo de la salud que de la cultura de la población, tiene que examinar el siguiente problema: ¿la sociedad resulta beneficiada con la sustitución de la música ejecutada por el hombre, por la música producida por maquinas electricas? Cuando se trata de sustituir el martillo movido por el brazo del hombre por el martillo del aire comprimido, la contestación es fácil y evidente; cuando se trata de reemplazar las locomotoras movidas por el carbón de piedra por locomotoras movidas por el petróleo o por electricidad, la respuesta también es fácil, porque las ventajas que tiene la sociedad con la rapidez de las comunicaciones y con la baratura de los fletes salta a la vista; por eso el maquinismo en estos casos no ha recibido objeciones serias; pero en el caso del vitáfono el interés social está precisamente en contra del empleo de maquinaria: la mecanización de los instrumentos de producción estética rebaja el nivel de la cultura individual y colectiva, con las consecuencias probadas científicamente hace muchos años, que todo descenso en el sentimiento estético del hombre trae consigo.

Por estas razones el laudo de la Junta de Conciliación y Arbitraje que motiva el presente comentario, debe estimarse como una resolución de gran importancia para el Derecho Industrial mexicano, y como un precedente de significación relacionado con el problema histórico del maquinismo que el régimen capitalista se empeña actualmente en resolver, sin posibilidades de éxito, debido a que en todos los problemas de la producción el interés de las masas no ha figurado hasta hoy entre las preocupaciones de los capitanes de la industria.

Los técnicos sin empleo

“El Universal”, 3 julio de 1935

La formación de los profesionales y en general de los técnicos, se ha hecho de acuerdo con las necesidades del desarrollo económico de cada país y ha sufrido lógicamente, las crisis inherentes al proceso de las fuerzas económicas.

En un período histórico en que la producción material se concretaba a la producción agrícola, cuando a industria manufacturera se hallaba aún en embrión y se reducía  a los talleres familiares, la preparación profesional era un privilegio exclusivo de las castas superiores de la sociedad, toda vez que la masa campesina carecía de derechos civiles y políticos, como consecuencia de su vasallaje económico. A esta estructura de la sociedad corresponde al adiestramiento de los individuos de la clase dominante, en las tres actividades de mayor arraigo en la historia y de mayor eficacia social: la profesión de mantener el dominio de la iglesia sobre el pueblo, encomendada a la Facultad de Teología; la profesión encargada de formar los profesionales del dominio político, encomendada a la Facultad de Derecho; y la profesión de mantener el dominio de curar los padecimientos físicos del hombre, encargada a la Facultad de Medicina, como una actividad surgida de la propia necesidad biológica del individuo y que durante largos siglos correspondió a la casta sacerdotal, por vincular los padecimientos físicos del cuerpo a la supuesta, intervención de los dioses en el destino humano. La Revolución Industrial, que produjo una honda repercusión en todos los aspectos de la vida pública hasta muy avanzado el desarrollo de la industria manufacturera se dejó sentir sobre las universidades. Su influjo cristalizó, principalmente en las escuelas o facultades de ingeniería, dedicadas principalmente a la minería y a los transportes, y en el establecimiento de las instituciones de investigación científica, dirigidas, sin un un plan determinado, hacia el descubrimiento de los fenómenos de la naturaleza desconocidos por el hombre. Sólo hasta el siglo pasado, el número de las escuelas nuevas dependientes de las universidades sobrepasó al de las facultades de carácter tradicional, tratando de dar oportunidades múltiples a la juventud para luchar con éxito en la vida; pero en realidad satisfaciendo las necesidades del propio incremento económico, urgido de obreros calificados y de técnicos de las nuevas ramas de la industria creadas por los inventos y por el mismo progreso material. No obstante, las nuevas escuelas no han obedecido a un programa racional: fueron naciendo poco a poco, para satisfacer las necesidades circunstanciales del desarrollo de la industria; pero sin ningún plan de previsión del incremento mismo de la economía, sin ninguna norma política que, de una manera clara y firme, tratara de formar un nuevo tipo de hombre. El régimen burgués, a este respecto, ha ido creando los profesionales que necesita en la proporción que la libre concurrencia ha señalado, exactamente los mismo que ha abierto los mercados interiores en cada país y los mercados de carácter internacional, hecho que se comprueba con la propia estadística, ya que a toda crisis del régimen burgués en el campo de la producción económica, ha correspondido siempre una crisis de desocupación entre los profesionales de tipo universitarios. En las últimas épocas la superproducción  de los profesionales ha llegado a tal punto, que la ley de pauperización de la clase media, enunciada por los socialistas hacia la mitad del siglo XIX, con una simple hipótesis basada en la observación del medio económico, se ha visto realizada con exceso para desgracia de los mismos graduados en las universidades de todo el mundo.

De acuerdo con la investigación que acaba de realizar la Universidad de Columbia, se estima que el 95% de los arquitectos de Estados Unidos se encuentran sin trabajo dentro de su profesión, el 85% de los ingenieros y el 65% de los químicos. La magnitud del problema llega hasta este grado: para ocupar seis plazas en el servicio de aguas de la ciudad de Seattle, Washington, se convocó el mes de Junio próximo pasado a un examen para seleccionar a las personas más capacitadas, habiéndose presentado mil individuos con preparación universitaria.

¿Qué porvenir espera a los técnicos, si por una parte el problema de la desocupación de los obreros manuales no se resuelve y si por los centros de producción de los profesionales siguen trabajando a toda su capacidad, aumentando su número, contrariamente a lo que ocurre con las fábricas de mercancías, que se hallan paradas por la disminución de la capacidad de consumo de las masas? El principio de la producción de las cosas que se hallan en el mercado, es el de la costeabilidad de la producción misma, es decir, el lucro que el productor tiene con las mercancías que fabrica, de tal manera que cuando el lucro desaparece, automáticamente cesa la producción. Así ocurre en todas las ramas de la industria y también con el trabajo de los obreros manuales, que es una mercancía como el carbón de piedra, el acero o el trigo: la superproducción de estas mercancías paraliza instantáneamente la actividad de los lugares de donde surgen o en donde se emplean; en cambio las universidades y las escuelas profesionales, productoras de los técnicos, siguen lanzando al mercado miles de trabajadores de tipo superior que no tendrán cabida ni dentro de la industria privada ni dentro de las actividades del Estado, sobrecargadas de burócratas en todas las partes del mundo.

Lo más grave quizá de este problema, es que los técnicos se incorporan en la lucha por la vida con la falsa creencia de que si son aptos y se esfuerzan por servir honestamente dentro de su especialidad, existen para ellos perspectivas permanentes de liberación económica, que pueden llegar inclusive hasta el bienestar que implica las grandes fortunas. Creen los técnicos que, por razón de su preparación, están destinados a ocupar un sitio en la escala superior de la sociedad en que vivimos; que el ritmo de la vida social es la ascensión de los mejores y el descenso de los impreparados o de los inútiles y que todo depende, en suma, de la capacidad de cada quien y del empeño que ponga en demostrar la capacidad adquirida. Por eso cada técnico, cada llamado intelectual, tiene un concepto egocentrista del mundo: alrededor de él gira la vida; no son las fuerzas sociales las que determinan su conducta, sino su actitud personal la que decide de las fuerzas sociales. Por eso también el técnico cree sinceramente que debe estar unido a todas las personas que constituyen las capas superiores de la sociedad, puesto que todas ellas ocupan ese lugar privilegiado debido a sus merecimientos propios, y que, por la misma causa, debe sentirse alejado de los que se encuentran todavía en la base del edificio social, pues éstos no han querido ocupar los sitios superiores, y por no buscarlos no los merecen.

 Proletarios de levita, proletarios de “cuello blanco”, desvinculados de la verdadera realidad, refractarios a la asociación profesional, son burgueses del pensamiento y explotados en la vida diaria, que están condenados fatalmente a desaparecer  como clase o grupo social, en medio de amarguras y decepciones cada vez más grandes, si no se dan cuenta a tiempo del verdadero papel que desempeñan y del porvenir que tienen reservado.

Lo que más espanta a los técnicos educados para servir al régimen capitalista, es la creencia equivocada de que en la sociedad sin clases los trabajadores intelectuales serán repudiados y sufrirán la represión de los trabajadores manuales victoriosos. Pero ésta es una simple superchería inventada por los sostenedores intelectuales del capitalismo: la sociedad del futuro, más que la actual, ha de necesitar de técnicos, porque éstos han representado en todas las épocas la posibilidad del triunfo constante del hombre sobre la naturaleza. Lo único que perderán los técnicos será la posibilidad de ser como los burgueses de hoy, acaparadores de la riqueza pública; pero ganarán en dignidad al convertirse en verdaderos directores de la edificación del nuevo mundo, perdiendo para siempre su calidad de asalariados de los detentadores de los instrumentos de la producción económica. La sociedad no podrá nunca cerrarse a sí misma los medios que hacen posible su progreso: los técnicos de mañana serán los servidores de la comunidad y dejarán de ser, como los actuales, servidores de todos los clientes posibles, como el sastre que hace un vestido a quien lo paga, como el abogado que lo mismo defiende a un obrero que a un patrón, como el economista que lo mismo formula un proyecto de ley para reducir los salarios de las masas que para elevar su standard de vida. Esta clase de máquinas habrá de desaparecer pronto, cuando todos los hombres adquieran en lugar de la vil aspiración a ser ricos, la conciencia de que han nacido en un mundo en que es indispensable trabajar con entusiasmo para liberar a la especie de los principales obstáculos que se levantan en su camino.

Textos buscado y transcritos por Diego Fernando López López


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Francisco Barrón

Doctorante en Filosofía por la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. Ha participado en varios proyectos de investigación como: “Memoria y Escritura”, “Políticas de la memoria”, “La cuestión del sujeto en el relato”, “Diccionario para el debate: Alteridades y exclusiones”, “Estrategias contemporáneas de lectura de la Antigüedad grecorromana” y “Herramientas digitales para la investigación en humanidades”. Se ha dedicado al estudio del pensamiento griego antiguo, francés contemporáneo y de los filósofos alemanes Friedrich Nietzsche y Walter Benjamin. Sus intereses son las relaciones entre la estética y la política, y los problemas especulativos sobre la relación entre la técnica, el arte, el lenguaje y el cuerpo. Pertenece a la Red de humanistas digitales.

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