Funciones y mecanismos críticos tecnológicamente hurtados

*Apuntes de ponencia presentada en el 3er. Encuentro de Humanistas Digitales
¿Es posible someter a la práctica crítica tal como la conocemos y llevamos a cabo aún el día de hoy a un ejercicio de cuestionamiento tecnológico de las condiciones de su producción, de su difusión? ¿Una puesta en cuestión de sus instituciones, de las figuras que la encarnan aún? ¿Se trataría de una crítica de la crítica? ¿Se trataría del mismo tipo de puesta en cuestión en ambos ejercicios? Parece que las HD no sólo son la oportunidad de discutir los procedimientos académicos de producción de saber humanístico. También permiten formular la pregunta de si lo tecnológico no ha modificado el ejercicio de la crítica.
     Comencemos… Vivimos la experiencia, si no del derrumbe al menos, del malfuncionamiento, la alteración de la figura, las técnicas y las funciones de lo que llamamos el ejercicio de la crítica. Pues no es para nadie una noticia que el mecanismo político-académico de la crítica parece no andar ya. Su sentido, junto con, sus prácticas, sus instituciones y las figuras que la encarnaban parece ya no funcionar adecuadamente para ciertos acontecimientos contemporáneos. Sería arduo hacer el recuento de las condiciones que han hecho eso de la crítica, pero la tecnología parece tener algo que ver también con ello. La tecnología parece tener algo que ver también con ello, junto con políticas de muerte, transformación de las formas de escritura, caídas de instituciones de distribución del saber, alteración de los modos de reproducción la subsistencia, y muchos más acontecimientos a enumerar. Detengámonos por esta vez en revisar esa experiencia en relación con la tecnología. Y con una tecnología digital muy usada, muy difundida: lo que llamamos las redes sociales. Parece un tanto complicado defender que el derrumbe o malfuncionamiento del ejercicio de la crítica pueda registrarse en Facebook o Twitter. Eso defenderé…
     Repitamos… El ejercicio de la crítica, tal como se nos ha heredado en una tradición ilustrada-romántica, europea, parece ya no funcionarnos. Ese ejercicio que se encarna en esa figura académica o intelectual del humanista que tanto nos gusta, aceptémoslo, opera inadecuadamente. Esa figura que debía llevar a cabo un ejercicio de enjuiciamiento de las prácticas, individuaciones y objetos culturales para determinar su beneficio o perjuicio a un mantenimiento o desarrollo de lo mejor de lo humano. Justipreciar lo que se hacía, decía o sentía era la tarea del crítico. Su eje articulador era dictado por, llamémosle, un proyecto de salvaguarda de lo mejor de la experiencia de lo humano. Sus recintos para nosotros aún son las universidad, las facultades, los departamentos de humanidades. Todo eso se ha alterado… Un pequeño relato en el que lo tecnológico sea el protagonista puede ayudarnos a decir la alteración…
     Lo tecnológico, sobre todo su avatar digital contemporáneo, tiene efectos radicales en la producción y organización del trabajo intelectual de la crítica. Hasta el día de hoy, la crítica se  mantiene con vida porque en sus prácticas se cuela todavía la idea de algo que anima la máquina. En su ejercicio aún se reniega de su carácter técnico. Un halo espiritual -se le llama interpretación a veces- le insufla vida en las universidades. Pero quizás nos valdría decirlo: el ejercicio de la crítica, como el de cualquier cosa humana que implique repetición, conlleva una dependencia tecnológica. La crítica puede caracterizarse como un conjunto de procedimientos y mecanismos que pueden repetirse. Y como tal que una máquina, una tecnología puede repetir. El ejercicio crítico malfunciona porque no acepta completamente que se trata de una tecnología como cualquier otra. Nos gusta decirnos así como críticos: “nosotros interpretamos, y ese poder de organizar y dar sentido a lo que nuestras máquinas hacen es lo que nos hace críticos”. Quizás más nos valdría -quizás- aventurarnos en la experiencia tecnológica de la crítica. Repito: las HD son la ocasión para ello… Para pensar y ejercitar una crítica no artesanal, no manual…
     Pero la crítica se trata de un ejercicio tecnológico. Sus armas, eso que lo que cumple su tarea, como la ironía, la puesta en cuestión, la reducción al absurdo, la lectura, entre otras, se trata de técnicas. Pueden hacerse manuales para aprenderlas, pueden transmitirse, alguien puede especializarse en ellas. Y como toda técnica, puede tecnologizarse… Los usos discursivos del ejercicio de la crítica desarrolladas hasta hace muy poco por un cierto intelectual y una figura del humanista han sido hurtados por los mecanismos tecnológicos de gestión de discurso y de imágenes. Usemos un viejo argumento, el de la condensación del trabajo y de la experiencia humana en una máquina. “Trabajo pretérito” le llamaba Marx. El argumento puede repetirse así: en una tecnología lo que se encuentra es la condensación, la compactación, la simplificación de prácticas y gestos humanos repetidos durante muchas generaciones. Así, al tomar una foto en un celular y añadirle un filtro, alguien se apropia y reapropia de las técnicas y conocimientos de generaciones de pintores y fotógrafos. Lo que esto hace, como todos sabemos por nuestro trabajo con tecnología, es que esta condensación tecnológica ataca toda forma de especialización en la producción o transmisión del saber. El saber crítico, como cualquier forma de saber, puede producirse, modificarse, administrarse de cierta forma, llamémosle, eficiente con las tecnologías digitales. Su carácter unido a lo discursivo lo permite. Pero esta manipulación tecnológica del saber, ¿requiere a una figura de especialista? Pues, ¿qué defiende lo crítico de su tecnificación? ¿Hay algo en el ejercicio del humanista que no pase por lo tecnológico? ¿Algo creativo? ¿Algo original? ¿Algo que sólo pocos puedan ejercer? Es complicado que en redes sociales un discurso se reconozca o asuma como especializado…
  Llegamos al caso… Desde el momento que los artistas a comienzos del siglo XX empezaron a hacer crítica con imágenes, sonidos, colores, etcétera, su ejercicio comenzó a concebirse como reproducible, tecnificado. Lo que llamamos redes sociales (Instagram, Snapchat, Facebook, Twitter, Tumblr, Linkedin, etcétera) nos muestran una faz de esa tecnificación del ejercicio de lo crítico. Es fácil verlo. Todo usuario de las redes sociales hacen uso de la tecnología de la crítica. Lo puede hacer porque de principio la tecnología digital en las redes sociales puede democratizar los mecanismos y funciones de la crítica. No es que los usuarios hallan recibido una formación universitaria que les permita llevar a cabo la crítica, son las tecnologías digitales las que han hurtado las técnicas de los críticos. Todo usuario sabe hacer una ironía, poner en cuestión una verdad y una autoridad, reapropiarse un discurso o una imagen tergiversándolo, leyéndolo, añadiendo más discurso que cambie su sentido, interpretando…  Y sabe porque puede. Y puede porque ejerce una experiencia tecnológica. Y como toda experiencia tecnológica, toda práctica tecnológica, se encuentra sometida al par experto/inexperto. En las redes sociales a veces se afirma que aparece algo así como un espacio público tecnológico. Quizás no es tan errada esa percepción…

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Francisco Barrón

Doctorante en Filosofía por la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. Ha participado en varios proyectos de investigación como: “Memoria y Escritura”, “Políticas de la memoria”, “La cuestión del sujeto en el relato”, “Diccionario para el debate: Alteridades y exclusiones”, “Estrategias contemporáneas de lectura de la Antigüedad grecorromana” y “Herramientas digitales para la investigación en humanidades”. Se ha dedicado al estudio del pensamiento griego antiguo, francés contemporáneo y de los filósofos alemanes Friedrich Nietzsche y Walter Benjamin. Sus intereses son las relaciones entre la estética y la política, y los problemas especulativos sobre la relación entre la técnica, el arte, el lenguaje y el cuerpo. Pertenece a la Red de humanistas digitales.

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