¡Toda esta otra economía de nuestro tiempo, en lo sucesivo!
Jacques Derrida
Todo, Lucilio, es ajeno a nosotros, tan sólo el tiempo es nuestro
Seneca
El texto que sigue se trata de un ejercicio colectivo de lectura que pretende someter a discusión algunas de las nociones elaboradas por Jacques Derrida. Consideremos que se trata de un homenaje que reconoce una serie de problemas sobre una estancia en el mundo. Primeramente quisiéramos preguntarnos sobre una supuesta experiencia tecnológica y, en relación con ello, discutir ciertas valoraciones que Jacques Derrida hace en un acto en que se relacionan prácticas tecnológicas con la práctica de la política y el ejercicio del pensamiento. Mirar la televisión más que ser tomado como un acto que implica estupidización y pérdida de tiempo puede ser pensada, quizás, como la imagen de nuestra experiencia. De allí que nosotros, colocados ante nuestras tecnologías, mirando televisión digital, nos gustaría preguntar: ¿es posible elaborar un discurso sobre nuestra experiencia en la que se relacione la intervención de nuestro acto de mirar la televisión mediante el uso de mecanismos de interpretación computacional de datos?
¿Es posible postular una relación entre los aparatos tecnológicos y la constitución de lo que llamamos hoy día experiencia? ¿Si nuestro presente, como creía Derrida, está artefactualizado, constituido tecnológicamente, nuestra experiencia se trata también de una prótesis? ¿Todo aparato con el que entremos en relación sería una tecnología que constituiría nuestra experiencia? O en otro sentido, ¿cómo usar nociones derrideanas como huella, archivo, teletecnología, iterabilidad, herencia, artefactualidad, actuvirtualidad, etcétera, para problematizar una supuesta experiencia tecnologizada?
Recordemos que esto es un homenaje. Comencemos con uno de los comentarios que Derrida hace a Bernard Stiegler, en la entrevista publicada en Ecografías de la televisión; allí confiesa su consumo televisivo del siguiente modo:
Creo que dedico demasiado tiempo a mirar televisión y simultáneamente me reprocho, desde luego, no leer ya lo suficiente o no hacer otra cosa. Y también pienso, al mismo tiempo, que esto hace perder o ganar a tantos otros. ¡Toda esta otra economía de nuestro tiempo, en lo sucesivo! Para justificarme a este respecto, me digo que es indispensable; mirar la televisión es en particular una tarea política […] ¿Y qué tipos de programas ve, al margen de los de actualidad? -le pregunta Stiegler- Cosas muy diversas, las mejores y las peores. Se me da por ver malas telenovelas francesas o estadounidenses, o programas que me brindan una mejor conciencia cultural, como los relacionados con el canal Arte, debates políticos, entrevistas mano a mano espectaculares, políticas en general.
Derrida ve mucha televisión. Lo confiesa. Ve mucha mala televisión. Se reprocha hacerlo. Se justifica ante sí ese tiempo dedicado o perdido en mirar televisión como tarea política: se trataría –se dice a sí mismo– de pensar la construcción de nuestro presente. Mas de pronto esta confesión suscita una miríada de preguntas: ¿la práctica de mirar mucho la televisión implica una experiencia o la configuración de una experiencia?, ¿la confesión de Derrida señala su experiencia, que es ya una experiencia histórica: la nuestra? Y si el presente está producido tecnológicamente, artefactualizado, como Derrida postula, ¿en qué sentido la televisión conformaría nuestro presente? y, luego, ¿nuestra experiencia, si es que se halla tecnologizada, está constituida con mala televisión?, ¿la experiencia sólo estaría para ser pensada o se podría ejercitar? Quizás es preguntarle demasiado a una confesión…
Lo que sí parece factible comenzar a pensar es lo que Derrida llama la “economía de nuestro presente”. Y es que Derrida lo dice al pasar: pensar esas pérdidas de tiempo delante de la televisión implicaría pensar “otra economía de nuestro tiempo”. Pero, preguntamos: ¿no sería la misma economía capitalista rigiendo los aparatos y sus usos?, ¿o se trataría de otra economía de la experiencia, una no capitalista o una capitalista de otro modo?, en todo caso ¿qué sería una experiencia capitalista? ¿La habría? ¿Una experiencia puede ser adjetivada, ser tecnologizada, ser política, ser mala?
Resulta un tanto paradójico que Derrida diga que mirar televisión es una tarea política y al mismo tiempo piense que cuando lo hace hay una pérdida de tiempo, pues: ¿cómo una pérdida de tiempo sería una tarea política?, ¿en qué sentido mirar televisión implicaría ya una tarea política? Hay proyectos y discursos en nuestros días que afirman que es posible hacer un uso de la televisión –o de cualquier tecnología, incluida la digital– para realizar cambios políticamente importantes, que supondrían el uso político de la tecnología y que atacarían la reducción de la tecnología, en este caso la televisión, a pura manipulación y difusión de los contenidos por ella transmitidos. Es interesante que para pensar la relación tecnología/experiencia siempre aparezca la política como campo problemático. Hace poco afirmó Walter Benjamin –inscrito como herencia en el discurso de Derrida– que la relación con la tecnología no se determinaría sólo por los contenidos, sino por la forma en que dichos contenidos son producidos y reproducidos. Esta forma de abordar la cuestión ya es un tópico en el pensamiento crítico. La llegada de ciertas tecnologías parecería modificar la dicotomía entre la forma y el contenido, y con ello otra, la que separa y relaciona el productor/usuario o consumidor. Por ejemplo: la experiencia del gusto en la televisión no estaría en los temas o las historias que se cuenten en un programa, sino en la manera en que se presentan estética y tecnológicamente. Sin embargo, parecería que la mayoría de los discursos que sostienen que mirar televisión es una pérdida de tiempo –y aquí la pérdida es un término con una fuerte carga económica– negarían el aspecto tecnológico, debido a un triple juego: economizar el tiempo, sea en forma de ahorro o de desperdicio, pone en juego la propiedad, la apropiación del tiempo y muestra la apropiación de las tecnologías y de las máquinas. Se podría decir que otro gobernaría la tecnología y nuestra experiencia estaría artefactualizada por ese otro.
Usemos ese tópico elaborado por el discurso crítico para trabajar la relación tecnología/experiencia. En su libro Literatura y tecnología Wylie Sypher señala brevemente algo al respecto con Marx, para quien “la apropiación es enajenación, y ésta es apropiación”. En ese sentido el tiempo que se pasa mirando televisión podría pensarse como una pérdida en tanto se está bajo el dominio de los productores de los programas, a quienes se cedería –de algún modo– el propio tiempo, sin embargo, la posible intervención del consumidor en la producción de estas tecnologías volvería confusa la relación de propiedad de la tecnología. Tratando de evitar esa perspectiva y sus implicaciones político-ontológicas –de un sujeto pasivo que supondríamos pasivo al momento de relacionarse con lo que la tecnología le transmite– Derrida plantea esa cuestión en otros términos: “es un combate entre varios movimientos de apropiación, de expropiación, un combate sin ilusiones justamente porque se desplaza entre dos polos igualmente inaccesibles”. Para Derrida la apropiación está a debate. En el caso de las tecnologías los límites entre productor-propietario y usuario-consumidor se desdibujarían, en otras palabras: ¿Quién es aquel que ejerce la propiedad sobre la tecnología y sobre lo que ésta puede? ¿Quién la usa? ¿Quién la disfruta? ¿Quién es dueño de sus mecanismos y funcionamientos?
Nosotros ahora, en relación con el mirar la televisión, pretendemos poner en funcionamiento los conceptos que, de acuerdo a la conformación tecnologizada de nuestro presente, nos hereda Derrida. Digamos que preguntamos desde nuestro momento por mirar televisión, en un presente construido por tecnologías digitales, preguntamos sobre la televisión digital, sobre la economía de nuestro tiempo. Preguntemos entonces: ¿qué acontece con los usos y los funcionamientos televisivos de una tecnología digital como Netflix? Aunque podríamos pensar en otras herramientas o plataformas digitales como Amazon, Hunch, Tinder, Spotify, AirBnB, Yelp o Waze, por mencionar algunas, que comienzan a desarrollar metodologías para elegir, sugerir, descubrir elementos relacionados con lo que podríamos llamar la producción de nuestro gusto, una de nuestras herencias. En términos simples, Netflix consiste en una herramienta, plataforma o servicio digital de pago que proporciona streamingde películas y series de televisión, tanto viejas como nuevas, utilizando la metodología video on demand. Quisiéramos problematizar la concepción que Derrida ejercitaba de la tecnología televisiva de su momento, un momento de grandes empresas de producción de televisión y sus industrias culturales e industrias de la memoria. La relación que plantea Derrida entre ver televisión ↔ perder tiempo ↔ pensar políticamente el presente, se trata de una relación intelectual. En este sentido depende de su perspectiva de pensador y de nociones relacionados a su ejercicios de filósofo.
Lo interesante de Netflix, para nosotros, es que utiliza un conjunto de tecnologías digitales llamadaBig data y metodologías algorítmicas para determinar el funcionamiento y la organización de sus programas. En este sentido, el acto de mirar televisión digitalizada no parecería ser sólo la contemplación de un aparato, sino la artefactualización mediante algoritmos de la relación de la práctica del “consumidor” y la producción y reproducción de contenidos.
Esa determinación de la práctica del consumidor mediante tecnologías digitales, suponemos, permite pensar el uso tecnológico de nuestro tiempo y la experiencia en él articulada. Usemos de nuevo aquí el tópico crítico de la deconstrucción de la dicotomía autor/lector. A primera vista la tecnología digital daría la posibilidad de intervenir al usuario-consumidor en Netflix. Y si es así, se podría afirmar que el desplazamiento del usuario como un paciente-receptivo al usuario como un agente selector es lo que confiere a la tecnología su papel en la configuración de una nueva experiencia, pues de su pasividad receptiva se pasa a una actividad, al menos en términos de selección. Asimismo, esta plataforma representa otra manera de consumo televisivo, esto es, tanto en los distintos modos que el espectador puede elegir para ver un programa (sin horario estelar, sin repeticiones o re-runs, etcétera), así como en la producción, ya que no cuenta con comerciales (en el sentido clásico de la televisión). Esto nos lleva a preguntarnos por las modificaciones que genera tanto en la industria, como la relación clásica entre espectador y productor; lo cual nos permite problematizar un aspecto actual que los medios tecnológicos tienen sobre nuestra experiencia.
Usando este tópico crítico Derrida habla del porvenir tecnológico refiriéndose a esto como algo que en algún momento podría suceder. Escribe: “Habría que hacer todo lo posible para que, ciudadanos o no, los usuarios de estos instrumentos técnicos pudieran participar por sí mismos en la producción y la selección de los programas en cuestión”. Derrida postula la participación como un punto importante dentro de la producción de cine y televisión, y lo enfatiza cuando piensa que “se pueden elaborar nuevos discursos, tratar de convencer, hacer que la selectividad verdaderamente productiva de quienes antes estaban en la situación de consumidores-espectadores intervenga en el mercado”. Parece que en efecto en Netflix habría una intervención por parte del usuario-consumidor, la pregunta que persiste es saber en qué consiste dicha intervención y cuál sería su alcance. Por un lado, es él quien va configurando una red de posibles películas o series para ver. Pero por otro lado, parecería limitado por las opciones que la plataforma-servicio le ofrece y le da a ver. En ese sentido parece que su participación no tiene alcance dentro de los procesos de producción de la herramienta misma, aunque la tecnología sí le permite una selección particular, que no está determinada de antemano por el servicio, sino por el usuario mismo. Pero, ¿esta intervención es suficiente? ¿En qué ámbito tiene sus efectos dicha intervención? ¿En lo económico, en lo político, en lo estético, en lo subjetivo? ¿O quizás habría que postular que sólo aquellos que pueden alterar la tecnología digital -los programadores- son quienes pueden configurar su experiencia el día de hoy? ¿Qué es intervenir lo tecnológico? Por otra parte, parece que estas formas de elección digital estarían sujetas a mecanismos de repetición que suponen la configuración de un gusto, que causaría placer al usuario-consumidor por una serie de vínculos, una serie de relaciones que están dadas por una expectativa, que a su vez se presenta ante alguien como posible experiencia estética, no sólo así, sino como una experiencia positiva, algo que “te gustará”, “será de tu agrado”, una separación del resto, presentada en un lugar privilegiado de experiencia. Pero, ¿qué hay ahí?, ¿un libre consumo, un futuro neutralizado, una experiencia delimitada, una invitación sugestiva?
Pongamos un ejemplo, una película como El infierno quedaría categorizada por un usuario-consumidor en la categoría de “Aclamadas por la crítica” y para otro en la categoría “Películas irreverentes”. Pero lo interesante es que para que se realice esa categorización, para que las tecnologías digitales usadas por Netflix se pongan en operación, se necesita la intervención del usuario-consumidor. Derrida veía malas telenovelas francesas porque las empresas de televisión que veía eso programaban. Nosotros podemos ver malas telenovelas francesas porque lo seleccionamos de un menú que la tecnología digital nos propone a ver. ¿Algo se modificó en el presente? ¿Algo se modificó en nuestro gusto al seleccionar y ordenar las posibilidades para ver? ¿Nuestra experiencia tecnologizada se trataría de un asunto de selección? ¿Así se construye nuestra experiencia, en esos pequeños desplazamientos? ¿Nuestra experiencia se trataría de un asunto de selección?
*Versión de un texto colectivo que será leído el próximo viernes 17 de octubre durante el evento “Las herencias de Jacques Derrida: toma de la palabra y derecho de réplica“. Autores: Marat Ocampo Gutiérrez de Velasco, José Francisco Barrón Tovar, Sandra Leticia Reyes Alvarez, Elena León, Marco Antonio Godínez Bustos, Ana María Guzmán Olmos, Luis Agustín Sánchez Arreola, Ethel Z. Rueda Hernández, Mauricio Sosa Santibáñez y Francisco Giovanni Salinas Romero
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[…] Mientras podemos responder todas esas preguntas -y si es que podemoshacerlo-, en el Seminario intentamos discutir los conceptos que elaboraron los filósofos y ponerlos a prueba con lo que permiten hacer las tecnologías digitales. Un ejemplo, el próximo viernes 17 de octubre el seminario hará una presentación de un texto en el durante el evento “Las herencias de Jacques Derrida: toma de la palabra y derecho de réplica“. El texto trata de discutir la posición del filósofo francés Jacques Derrida sobre la televisión y plantear cuestiones sobre la aplicación de sus nociones a la televisión digital. Pueden leer el texto acá. […]