Textos sobre la técnica, Jaime Torres Bodet

Técnica e industrialización

Instalación del Consejo del Instituto Politécnico Nacional y de la Comisión de las Escuelas Técnicas Ferrocarrileras e inauguración de los Laboratorios de Investigaciones Biológicas del propio Instituto. México, D. F., 1° de agosto de 1946

Este es un día de honda satisfacción para el Instituto Politécnico Nacional. Asociamos hoy, en efecto, en presencia del primer magistrado de la república, dos actos de incuestionable importancia para el porvenir de esta casa de estudios: la inauguración de los Laboratorios de Investigaciones Biológicas y la instalación del Consejo del Instituto y de la Comisión de las Escuelas Técnicas Ferrocarrileras.

Ambas solemnidades -a las que la sencillez de esta ceremonia proporciona su ámbito democrático- no están unidas tan sólo por una coincidencia en el tiempo. Una y otra obedecen a un mismo propósito pedagógico: el de ahondar, cada año más, la preparación científica de nuestros estudiantes, dando a los trabajos de investigación el rango que por derecho les corresponde y procurando definir, a la vez, mediante actividades de consulta y coordinación, un programa de educación técnica nacional, susceptible de mejorar los esfuerzos hechos hasta este instante.

Hemos seguido con interés las labores desarrolladas en el país a fin de formar un plan para la industrialización eficaz de nuestros recursos. Abrigamos la convicción de que el ideal en que tales labores se inspiran constituye uno de los imperativos sociales de mayor significación para el progreso de México. Sin la liberación económica -que la técnica consolida- la independencia política de los pueblos se ve amenazada constantemente por la avidez de las grandes fuerzas que afectan el equilibrio de la comunidad jurídica internacional.

Toda enseñanza, incluso la más humilde, aquella que tiende apenas a transmitir a los iletrados el conocimiento y el uso del alfabeto, robustece los elementos de la independencia política a que he aludido, deparando a una proporción cada vez mayor de los que reciben sus beneficios cierta capacidad de superación en el orden de la cultura. Pero, en particular, la enseñanza técnica -por la acción constructiva en que se traduce- puede y debe contribuir a la emancipación de las masas desheredadas, puesto que las altas finalidades de una técnica generosa no consisten en fomentar el poder destructivo que la guerra acumula para la muerte, sino en orientar e intensificar el poder de creación que la paz demanda para la vida.

La grandeza de las victorias auténticas de la ciencia estriba, precisamente, en que no las obtiene el hombre sobre los hombres, contra los hombres, según ocurre en las pugnas de las potencias, porque las logra el hombre, en favor del hombre, sobre algo que a todos nos pertenece: la energía vital del mundo, de la que sólo tiene derecho a adueñarse la humanidad, para hacer el bien, por la indagación de la inteligencia y con las armas de la sabiduría.

¿A cuántas preguntas no ha contestado ya la Naturaleza, siglo tras siglo y generación tras generación, desde la época prehistórica en que todo parecía oponer una negativa a la tribulación de los clanes desamparados, hasta esta época de las experiencias atómicas y el radar, en la que vemos disminuir bajo la velocidad de nuestros motores las barreras de la distancia y en cuyos años, merced a la fotografía telescópica, podemos examinar en el microscopio un fragmento inmenso del universo, como si fueran, para el astrónomo, glóbulos de una sangre estelar, misteriosa y lúcida, los millones de astros que componen la Vía Láctea?

No hay fronteras, no hay soberanías territoriales capaces de obstruir permanentemente ese camino de libertad que la ciencia brinda al talento, al estudio y a la constancia. Hay una solidaridad superior entre las verdades, la cual acaba, con el auxilio del tiempo, por anular los más sórdidos egoísmos. Porque el inventor que no pusiese el fruto de su invención al servicio de la cultura, se perdería tarde o temprano en su propio invento, como el explorador que no abriese a sus semejantes la zona que descubriera, moriría a la postre en ella, vencido por su conquista y devorado por su descubrimiento.

Esa alianza esencial entre las verdades no es un acuerdo teórico e idealista. Sobre la alianza está edificada toda la historia. Y así acontece que, por ejemplo, cada vez que un alumno de este Instituto utiliza una escuadra, afronta una ecuación o prepara una fórmula química, lo que hace -a menudo sin darse cuenta- es prolongar la cadena de los esfuerzos innumerables que el hombre ha ido depurando y perfeccionando a través de milenios de atisbos, de hallazgos y de tanteos, y mantener abierta la ruta insigne por la que avanzarán con firmeza sus herederos.

Ello implica para cada estudiante -y, con mayor razón, para cada maestro- una responsabilidad tan precisa en el campo de la investigación como en el dominio práctico de la técnica. Sin la investigación, la práctica incurriría en procedimientos empíricos deleznables y terminaría por adaptarse a una rutina conservadora, arbitraria y superficial. Pero, en cambio, la investigación que desdeña las impaciencias con que aguardan sus conclusiones los irredentos, corre también el peligro de anquilosarse en complacencias de cenáculo y diluirse en estériles fantasías.

He ahí por qué, así como pretendemos que el estudiante lleve en su acervo el sentido práctico de las cosas, la solidaridad moral con sus compañeros, y, al propio tiempo, la devoción por la ciencia pura, la curiosidad del saber desinteresado, y así también deseamos que los diversos planteles de este establecimiento toquen lo mismo los problemas más altos de la técnica superior, en las carreras profesionales y los cursos de posgraduados, que los problemas más inmediatos de capacitación de los obreros especialistas y los trabajadores calificados que tanta falta hacen aún a nuestro país.

Dentro del criterio que expongo, una de las cuestiones que, por encargo de la Secretaría de Educación, examinará desde luego el Consejo que hoy instalamos, es la que se refiere a los planes y a los programas de las Escuelas de Capacitación, cuyo cuadro completará la función educativa del Instituto.

Necesitamos atender este asunto con seriedad y con rapidez, a fin de que, en breve plazo, las oportunidades proporcionadas por esos planes y esos programas a la clase trabajadora, sean conocidas por las empresas y los obreros de aquellas ramas de la vida industrial de México en que la carencia de un personal especializado nos señala el deber de adiestrarlo correctamente.

El propósito de que las resoluciones que a este respecto adoptemos no se alejen un solo punto de la clara noción de la realidad, nos indujo a reservar cinco sitios en el Consejo para aquellas personas que el señor presidente de la república tenga a bien designar, de conformidad con lo que dispone, en su artículo tercero, el reglamento emitido el 27 de noviembre de 1945. Dos de esas cinco personas representarán a las empresas de la industria nacional, dos a los trabajadores y una a las financieras industriales.

No creo equivocarme al expresar desde ahora el augurio de que las relaciones que esos nombramientos darán ocasión de afirmar entre los diferentes sectores interesados en el futuro de nuestra técnica, facilitarán la obra de esta casa de estudios y ampliarán el horizonte de sus actividades.

Una era trascendental se anuncia indudablemente para los 11 979 estudiantes que, en diversos planteles y en varios grados, reciben instrucción en el instituto. Los preludios de paz que atraviesa el mundo demuestran, por las dificultades tanto o más que por los aciertos, hasta qué extremo la convivencia internacional exige de cada pueblo, de cada hombre, la entrega máxima, la totalidad de labor, la plenitud en el rendimiento.

Muchas de las angustias que nos alarman cuando el cable nos las transmite, como balance trágico de la guerra, han sido, y son todavía, nuestras angustias. Hay que decirlo con entereza: numerosas insuficiencias que los observadores anotan en otras partes y en las que advierten los efectos de una anormalidad son, en grandes regiones de nuestro suelo, condiciones normales o, por lo menos, estables y conocidas desde hace siglos.

La desnutrición, la insalubridad, la ignorancia, la falta de maquinaria, esas miserias que la conflagración impuso a no pocos países adelantados, esos sufrimientos que claman ayuda y que imploran recuperación, son miserias y sufrimientos que, por pobreza y por deficiencia técnica, entre nosotros parecen crónicos. No; no es posible que aquello que nos conmueve, cuando lo leemos en un informe o en un periódico, deje de conmovernos cuando lo vemos en nuestro propio pueblo, cuando lo padecemos en nuestra propia carne, cuando lo sentimos en nuestra propia vida.

Mientras otros se rehacen, hemos de hacernos. Al ritmo de la reconstrucción universal tenemos la obligación de asociar el ritmo de nuestra construcción. Hay millares de enfermos a los que curar, millares de escuelas que establecer, millares de surcos que fecundar. Cada pena de nuestros compatriotas constituye una muda interrogación. La técnica puede dar una respuesta adecuada a muchas de esas interrogaciones patéticas y fraternas. Como jóvenes, como mexicanos y como técnicos, ésa es la misión que habéis elegido; ésa es la promesa que habréis de elevar a todas horas, todos los días, frente al estandarte de la patria.

Una ciencia que salve. Una técnica que redima. Si servís estas causas y, sobre todo, si las servís como lo queremos, heroicamente, fervientemente, alcanzaréis a deciros un día -en el día lejano en el que se extinga para vosotros la lámpara del deseo- que no vivisteis en vano ni un solo instante porque cumplisteis, en todo instante, vuestro deber.

Espíritu y técnica

Parte del Discurso en la inauguración del nuevo Museo Nacional de Antropología, el 17 de septiembre de 1964

Las culturas, para durar, requieren una infrangible alianza entre la espiritualidad y el dominio técnico. Ante los testimonios de tantas civilizaciones paralizadas, nos prometemos solemnemente no incurrir jamás en deslealtad para los altos designios que postulamos, ni en renuncia frente al esfuerzo de adaptación que reclama, en lo material, la preservación de los ideales que esos designios implican.

Situado (a vuelo directo) entre los rascacielos de Nueva York y los llanos de Venezuela, a mitad del camino de Australia al Bósforo, y a igual distancia de las nieves de Alaska y de las costas cálidas del Brasil, México parece predestinado a un deber de orden universal. La historia confirma esta invitación de la geografía. ¿No se habla, a menudo, de tres Méxicos superpuestos: el precortesiano, el virreinal y el independiente?… La simple enumeración de esas tres etapas de muestra cómo están integrándose en nuestro territorio y en nuestro espíritu– energías de carácter muy diferente: la evolución anterior al descubrimiento de América, el ímpetu vital que estimuló a los conquistadores y el afán de progreso en la libertad, escogido por nuestro pueblo a partir de Hidalgo.

Colocado en un punto clave, del espacio y del tiempo, México tiene plena conciencia de sus responsabilidades como nación. Por su vecindad con los  Estados Unidos y el Canadá –y con las Américas Central y Meridional– nuestro país constituye un puente entre las culturas latina y sajona del Nuevo Mundo. Por los orígenes de su población, es un puente histórico entre las tradiciones americanas precolombinas y las europeas del orbe mediterráneo. Y, tanto por su posición en la esfera terrestre cuanto por la sinceridad de su comprensión para todos los horizontes del hombre, puede ser asimismo un puente de verdad, de concordia y de paz- entre los pueblos que ven la aurora antes que nosotros y los pueblos que, después de nosotros, miran nacer el sol.

Ahora bien, la audacia de todo puente supone una garantía: la solidez de su estructura. México no lo ignora. De ahí su voluntad de conciliación patriótica. De ahí sus campañas de educación popular, cada vez más vigorosas y más intensas. De ahí su respeto para las fuerzas de la cultura. Y de ahí también su labor, de habilitación técnica, en el campo y en las ciudades.


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Francisco Barrón

Doctorante en Filosofía por la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. Ha participado en varios proyectos de investigación como: “Memoria y Escritura”, “Políticas de la memoria”, “La cuestión del sujeto en el relato”, “Diccionario para el debate: Alteridades y exclusiones”, “Estrategias contemporáneas de lectura de la Antigüedad grecorromana” y “Herramientas digitales para la investigación en humanidades”. Se ha dedicado al estudio del pensamiento griego antiguo, francés contemporáneo y de los filósofos alemanes Friedrich Nietzsche y Walter Benjamin. Sus intereses son las relaciones entre la estética y la política, y los problemas especulativos sobre la relación entre la técnica, el arte, el lenguaje y el cuerpo. Pertenece a la Red de humanistas digitales.

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