Textos sobre la tecnología, Rafael Moreno Montes de Oca

Era del espacio y humanismo

Excélsior. México, 9 de mayo de 1964, pp. 7A y 8A

Nuestros días conocen una especie de carrera hacia lo infinito, sin limitación alguna. En los tiempos de los griegos y de la Edad Media el hombre contemplaba las estrellas, ahora fabrica satélites con sus manos. Antes recibía como un don de los dioses el uso de herramientas elementales, hoy crea por sí mismo técnicas y dispone a su arbitrio de la energía del universo. Conquistó primero la fuerza calorífica, después la electricidad, finalmente el átomo y el espacio. Pero se tiene la impresión de que ese progreso científico es un desbocamiento natural, que poco ayuda a la existencia humana por carecer de orientaciones éticas y alejarse cada vez más de los creadores, hasta el punto de amenazarlos con la destrucción.

Otro síntoma de igual significado se encuentra en el predominio de la máquina. Inventada para facilitar el trabajo, se ha convertido en instrumento de servidumbre, pues no sólo sustituye al hombre, sino acaba imponiéndole formas de vida que no pertenecen a su naturaleza. Razón por la cual el mundo mecánico de esta era guarda una mayor afinidad con un monstruo que rompe cadenas y engulle a sus mismos inventores. El hombre contemporáneo experimenta la obligación paradójica de ampararse contra sus propias criaturas, y la existencia en general parece aquejada por un desgarramiento que provocan las incompatibilidades de la cultura.

Ante una situación semejante conviene preguntarse si habrá verdades a la hora del peligro y si estas serán eficaces para alcanzar la salvación. En el fondo se ventila un gran problema teórico: el de la vitalidad de la cultura. La cuestión es determinar cómo los principios, los valores, el humanismo ya elaborados, son válidos ante las nuevos acontecimientos, o si, por el contrario, precisa reconocer que deben buscarse fórmulas diferentes porque las categorías actuales no resisten la prueba a que están sometidas

En el tema planteado hay por lo menos tres materias distintas de reflexión: la problematicidad del hombre mismo, la suerte de los adelantos del mundo moderno y el temor que infunde la ciencia. A fin de aclararla conviene recordar que la época de la máquina y del espacio puede considerarse la última hazaña del Renacimiento. El cerebro electrónico o los satélites pertenecen a un ciclo cuyos rasgos históricos son el dominio sobre la Naturaleza, el ensanchamiento del universo, la audacia de saber. Lejos de explicarse mediante la improvisación o la voluntad libérrima de un solo hombre o de un pueblo único, son la consecuencia de un esfuerzo centenario y suponen conocimientos y tradiciones que remontan sus orígenes años atrás.

Esta evidencia lleva a decir que las expresiones científicas y la organización mecánica constituyen la manera de ser peculiar al hombre moderno, esto es, son parte tal de su vida y de su cultura, que resulta imposible borrarla sin exponernos a romper la unidad de la historia. En el momento de hacerlo, veríamos que faltaban factores no sustituibles y, lo que es más importante, que la existencia permaneceria inerme en la búsqueda de verdades salvadoras, Por lo demás, el hombre no es extraño a las máquinas electrónicas o a cualquier producto de la ciencia, pues son obras suyas y, por limitado que sea, les confiere un sentido y un valor. Quítese al hombre y sólo restan objetos desprovistos de significación. Estrictamente hablando, la cultura maquinal, pensada a veces como un ente que obliga a vivir bajo condiciones no humanas, no ha de tenerse por una forma inferior de vivir porque el hombre la produce y le señala características y finalidades. La organización industrial, lo mismo que la máquina, no dejan de representar una cultura técnica, la cual, por problemática que se juzgue, indica una forma contemporánea de la existencia. La solución no exige, por eso, desprendernos de aquello que somos. El camino seguro toma en cuenta el pasado que nos define y a partir de allí separa responsabilidades, Como el hombre de nuestros días sabe que no ha recibido de los dioses nada, ni las modificaciones de la realidad, ni la técnica, ni la ciencia, corresponde a él orientar sus criaturas para que no se conviertan en amago y peligro.

Aquí es donde cabe el humanismo. Ciertamente la amenaza de destrucción no reside en el simple empleo de la máquina, ni tampoco en el avance sideral, ni siquiera en la suplantación que los artefactos electrónicos hacen de ciertas funciones, sino en la posibilidad de que las criaturas no sirvan al creador. Y, puesto que el hombre es quien crea, la amenaza final tiene por fuente al hombre y no a la máquina misma. En otras palabras: la ciencia y la técnica significan términos a donde han llegado las acciones humanas, pero los resultados negativos no deben imputarse a la máquina o a los inventos mortíferos o al descubrimiento del espacio. Los productos no se marcan a sí mismos finalidades expresas. Tal cosa compete a quien sostiene un ideal ejemplar de humanidad que ha de realizarse por todos: al humanismo por lo tanto. Cuando, pues, se admite que la época contemporánea padece formas de vida alejadas de la índole humana, lo que se está señalando es el deber de igualar el desarrollo del conocimiento intelectual con una sabiduría ética que venga a enriquecer, no a destruir, los frutos de la ciencia natural.

¿Acaso la cultura moderna ha permanecido ciega a las consecuencias de una cosmovisión puramente científica? Ya el hecho de tener el problema en la conciencia muestra que sólo con juicios parciales puede afirmarse que el humanismo o las categorías encontradas hasta el presente son herramientas arcaicas, ineptas para dar a los productos humanos una orientación acorde con la índole del hombre. La preocupación de los tiempos llamados modernos gira alrededor del hombre, al cual ha concebido como mensura y fin de todas las cosas.  La filosofía, el arte, la literatura, la religión, la economía, la política, cada una desde su propio ángulo, con pluralidad de sistemas, ha dado soluciones que tratan de descubrir, de aprehender, de asegurar lo genuinamente humano. De una o de otra manera siempre, las generaciones han dicho que la ciencia por sí sola es impotente para establecer propósitos superiores. Bastaría recordar una de tantas historias y ver así el conjunto de valores no científicos que perduran o son de nuevo establecidos en un afán continuado por hacer al hambre dueño de sí mismo, señor del universo. La verdad es que la cultura posee un caudal de bienes que actúan y dan un sentido a sus diversas formas, entre los cuales sobresale la científica.

Una visión imparcial de los hechos contemporáneos ayuda a descubrir, junto con la vitalidad de la cultura, la falacia que está escondida en tesis como las siguientes: el humanismo no se encuentra preparado para atender los problemas de los actuales tiempos; las categorías recibidas resultan ajenas a la comprensión de la máquina; los valores dibujan apenas reliquias inoperantes; es indispensable discurrir todo un aparato conceptual que dirija la batalla por el hombre. ¿Desde qué doctrinas, con qué ideas, bajo qué sistemas podría iniciarse la recuperación, si la cultura de hoy se supone enmohecida? Entonces la salvación habrá de venir de algo extraño a la inteligencia, lo que sin duda cualquiera estima inaceptable.

Queda; pues, la confianza en los productos humanos. No hay otros utensilios salvadores que los heredados por Grecia y Roma, los mismos que amplificó en ciertas direcciones el pensamiento cristiano, aquellos que, a partir de la era moderna, se han ido modelando por la acción de las etapas y las progenies históricas. También permanece el humanismo, mas un humanismo que no saca del arcón viejos principios, sino uno dinámico, alimentado día a día con la cultura de donde obtiene los paradigmas por realizar. No siendo estático, acude en la hora actual dispuesto a desempeñar el papel que ya los griegos asignaron a la paideia y los latinos a la romanitas: ser motor de ideas y de renovación. Vano es seguir con la idea de que son las máquinas físicas quienes determinan una peculiar estructura de la existencia. Lo correcto consiste en admitir que lo humano se compone de diversos niveles y que el hombre a todos los aglutina.

Convencidos de las ideas anteriores, los humanistas han de imponerse la obligación de comprender más los ideales existentes en la cultura. Sólo así será posible restablecer cuántas veces fuere necesario, el equilibrio que se rompe cuando una actividad, la ciencia o la religión pongamos por caso, se fomenta de manera exclusiva con menoscabo de las demás. El equilibrio requiere, por otra parte, dos condiciones que incumben al humanismo: fijar de antemano una preferencia de valores, una jerarquía de las metas por obtener; y luego lanzarse a la acción con el objeto de instituir una sensibilidad, una técnica, una educación, hasta una política, que tiendan hacia el desarrollo de las distintas dimensiones humanas, cuidando que cada una esté colocada en su sitio, pues de otro modo se alterará, escribió hạce 25 años el mexicano Samuel Ramos, “el orden natural de las cosas en cuanto a su importancia” y llegará la tergiversación de los valores que acompaña siempre “al malestar de la conciencia moderna”.

He aquí la tarea premiosa del hombre contemporáneo. Tal es el humanismo que responde a los clamores de un mundo de máquinas y satélites. Propiamente no se trata de una ciencia ni de una teoría; sus propiedades se definen por una actitud y una cosmovisión. Como actitud se compromete a salvaguardar lo humano y presenta tipos o paradigmas válidos, obligatorios; en cuanto cosmovisión resulta una manera de concebir el ser, de pensar, de actuar, cuyos fundamentos gravitan alrededor de la cultura y de los valores. Funciona en la medida en que el ejercicio de la razón se ajusta a la armonía de los fines valiosos previamente determinados.

Gracias a este humanismo que algunos califican de nuevo por su nueva aplicación a las cuestiones actuales, no es difícil elaborar una fórmula para resolver el problema de nuestro tiempo. Basta humanizar las formas de la cultura, de manera que todos, aun en los actos cotidianos, respiren humanidad. Designio que se cumple espontánea- es considerada completa, porquE de suyo significa liberación respecto de la Naturaleza no esclavitud o sojuzgamiento. Nació y perdura a fin de salvar al hombre y éste la irradia a cuanto lo rodea extendiendo su propia índole humana. La cultura, dijo Max Scheller, es un “proceso de humanización”.


Tecnología espacial, dignidad humana

Excélsior. México, 21 de julio de 1969, pp. 7A y 8A.

Nadie duda que asistimos a un triunfo de la ciencia como saber de la naturaleza y a una manifestación de la tecnología como invención de instrumentos y aparatos que hacen posible no sólo ampliar los conocimientos científicos sino también un aprovechamiento más amplio de las fuerzas naturales. Experimentamos sucesos extraordinarios y vivimos una hazaña del hombre. Hazaña que pertenece por igual a todos aquellos que sienten que son pertenencias suyas, y no ajenas, lo que el hombre hace. De la misma manera que participamos de Vietnam, Cuba, Checoslovaquia, Vaticano y Centroamérica, así también sabemos que los últimos triunfos de la tecnología forman parte de nuestra heredad.

Sabemos lo que sucede; hasta puede entenderse cómo es posible el descenso en un satélite, porque se han difundido bastante los procedimientos y se tiene noticia de los dispositivos y de los aparatos: nuestra época se caracteriza por ser tecnológica y por imponer una concepción técnica del mundo. Pero en ocasiones no se perciben los orígenes y los supuestos de esta audacia espacial. El principio se encuentra en aquella revolución copernicana que aplicó a los cielos las mismas leyes que regían debajo de la Luna. Entonces el científico se entregó a la tarea de explicar y de entender matemática y físicamente el universo. Cuando Galileo puso a rodar sobre un plato incl[...] las bolas cuyo peso previamente había [...]ado, enseña Kant, apareció un nue[...] los físicos. Los tiempos modernos [...] también lo que define por igual [...]terísticas de la ciencia y de la[...] conocer y manejar los seres [...] modo que respondieran a [...]econstruidas Y que fueran don[...]virtiéndose así en objetos útiles [...] comodidad y felicidad para lo [...].

No hay volu[...]itar méritos a quienes llevan a[...]nización, interrogan a la naturaleza [...]cen que ésta se someta a un[...]lado. Sólo que desde la visión[...]el portento no resulta tan gr[...]es una muestra inequívoca de la capacidad humana de lo que gracias a ella se lleva o debe llevarse a cabo. No en balde el clásico Aristóteles dijo que todos los hombres desean conocer viendo y se afanan naturalmente por saber. ¿Cuál milagro es mayor, el de los griegos que sacan, aparentemente de la nada, la filosofía, la historia, la literatura, la ciencia? ¿El imperio romano? ¿La difusión del cristianismo? ¿La etapa del vapor? ¿El descubrimiento del átomo? ¿Las últimas concepciones de la matemática ? De allí que la exploración del espacio venga a ser el cabo de una revolución y la señal que nos precisa la índole humana.

Por otra parte, los acontecimientos mismos llevan a una comparación. Mientras el Renacimiento pone a prueba en América la cultura y sus representantes la vuelven universal demostrando que era válida, pues comprendía a la nueva humanidad y explicaba una naturaleza inédita, la conquista del espacio pone al descubierto las posibilidades de la tecnología para ensanchar el mundo natural. El hombre tiene en sus manos los instrumentos no sólo para viajar y descender, también para vivir en este mundo. La imagen de la naturaleza no es desde luego la ingenua de los antiguos, sino la que mesuran máquinas electrónicas. Otra vez el hombre está en condiciones de crear nuevos mundos, pero ahora se trata de realidades espaciales. Se advierte la diferencia; el aventurero, el soldado, el fraile, el literato, el filósofo, el teólogo, inventaron a imagen y semejanza de Occidente lo encontrado; pugnaron por realizar en otras tierras, la existencia a que anteriormente aspiraban y para la cual no había cabida en el Viejo Continente. De esta manera México y América fueron una utopía, vale decir, lugares donde realizar una vida humana más digna, acorde con la bondad congénita del hombre, sin ataduras de historia y de maldad. Ahora en cambio el propósito, por lo menos el evidente, no es cambiar la vida ni establecer instituciones que garanticen la dignidad humana, el ejercicio del libre albedrío, el desenvolvimiento de la persona.

¿Qué busca el hombre al amparo de instrumentos electrónicos? ¿Se sacian y cumplen sus afanes con el programa de las potencias espaciales, cuando luchan por alcanzar un dominio sobre los objetos y a través de este dominio la primacía en el Universo? Parece que no existe ninguna finalidad que se refiera directamente al hombre en cuanto ser espiritual, en cuanto ser que modela su conducta con valores jerárquicamente más altos que la naturaleza cuantificable. Se adquiere una fundada sospecha de que la ciencia y la tecnología ponen al descubierto un vacío, el vacío de no ocuparse de lo privativo del hombre. Cierto que está presente porque dirige las operaciones, maneja y depende de sus propias obras; más lejos de tenerlo como un fin primario, se antoja que es, primero servidor de la máquina, después instrumento de aparatos y por último simple medio para dominar una naturaleza de dimensiones espaciales.

Los hechos mismos no reparan en las implicaciones jurídicas, menos en la problemática moral que yace en el fondo; tienen una significación demasiado manifiesta: explorar e investigar científicamente, contribuir al prestigio político, ensanchar posesiones, en definitiva alcanzar un objetivo que es trascendente porque proporcionará señorío sobre la naturaleza y hará conquistadores del universo. No cabe engañarse. Las exploraciones espaciales son un paso en la construcción de la estación planetaria y ésta servirá de trampolín hacia planetas lejanos, siempre bajo el impulso de idénticas ambiciones.

Con esto no se quiere aludir al tema, todavía de la ciencia-ficción; de si los habitantes de otros planetas son más humanistas, de si no hay crímenes, ni fatiga, ni pobres, ni ignorancia, ni satisfechos, ni rebeldes, ni inconformes. El problema se configura de esta manera: toda la organización ejecutada, todos los gastos, el descenso mismo y las investigaciones planeadas se limitan exclusivamente al conocimiento de la naturaleza y de la historia natural; además, sin eludir el temor de que las criaturas científicas acaben por destruir al creador, se pregunta por la justificación del temor, por el destino que configura una cosmovisión tecnológica cada vez extendida y particularmente por la razón y fundamento que haya para asegurar, como lo viene afirmando la conciencia de nuestros días, que los productos del hombre lo esclavizan.

Estamos presentes ante una tecnología que actualiza la concepción contemporánea sobre una ciencia que, siendo tan poderosa, es impotente para liberarse de sus limitaciones y salvaguardar lo humano del hombre. Surgen, punzantes, las preocupaciones que han dado novedad a la literatura, a la filosofía y a muchos científicos, a saber, que es necesario fijar sistemáticamente la búsqueda de la existencia humana auténtica, de lo genuinamente humano, a fin de no desviar al hombre, no alinearlo, no desesperarse ni convertirse en cosa.

En términos menos serios pero apropiados a los intereses de hoy, importa señalar cómo las empresas espaciales podrían orientarse por criterios humanistas que lleven al conocimiento del hombre, según la enseñanza de Sócrates para cual la tarea más importante de la humanidad es conocerse a sí misma. Conviene, con todo, precisar que no se busca la condenación de la ciencia y la técnica diciendo que han sobrepasado al estudio del hombre, pues nunca habrá un camino vertical en esa dirección ni alguna vez se juzgará razonablemente que el análisis de lo humano se encuentra abajo o se iguala con lo resultados de la investigación científica, pues todo ello implica de suyo la identificación del orden natural con el orden específicamente humano.

El filósofo y el científico consideran que la mente y la mano del hombre no son sustituibles. La técnica que se desprende de la nueva ciencia por fuerza de su misma evolución habrá de beneficiarlo; aunque preponderen por el momento los beneficios materiales, existirán a la postre bondad de mayor jerarquía. La máquina será siempre hechura del hombre para bien del hombre. Pero no resulta concebible que una época de planeación, de programas, de rutas críticas mediante las cuales se procuran objetivos a nivel de la Tierra y en dimensión del Espacio, no haya una meta para comprender y para preocuparse; a menos, por lo que el hombre tiene de propio, su espíritu.

La tecnología y la ciencia han establecido un doble factum: una concepción tecnológica de la vida y del mundo y un hombre natural. Se trata de un hecho que existe y que no resulta permitido modificar. De la misma manera que sería erróneo desconocer a la ciencia natural, también sería grande equivocación amputarle al hombre la naturaleza que le añade y le da la ciencia. Por lo demás los seres humanos siempre se han supeditado a un artefacto, llámese honda o computadora. Por eso la solución radical a los interrogantes que plantea nuestra era estriba en reconocer que el hombre consta de otra parte y que ésta no es mensurable precisamente porque tiene una índole espiritual, como lo es la dignidad humana, la libertad de decidir y de comprometerse, la persona sujeta a imperativos morales. La tecnología subyuga sólo cuando impone sus módulos a la conducta, cuando establece misterios y comportamientos definitivos. Lo que no acontece si el fin final es el hombre y aquello que lo constituye en propiedad. Mientras el hombre use con libertad los instrumentos, el poder y el señorío, que le confieren, serán medios que se subordinen a miras más altas, Frente al mundo planetario habrá que colocar siempre la jerarquía de la dimensión humana.


Comparte este artículo

  • Facebook
  • Twitter
  • Delicious
  • LinkedIn
  • StumbleUpon
  • Add to favorites
  • Email
  • RSS

Francisco Barrón

Doctorante en Filosofía por la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. Ha participado en varios proyectos de investigación como: “Memoria y Escritura”, “Políticas de la memoria”, “La cuestión del sujeto en el relato”, “Diccionario para el debate: Alteridades y exclusiones”, “Estrategias contemporáneas de lectura de la Antigüedad grecorromana” y “Herramientas digitales para la investigación en humanidades”. Se ha dedicado al estudio del pensamiento griego antiguo, francés contemporáneo y de los filósofos alemanes Friedrich Nietzsche y Walter Benjamin. Sus intereses son las relaciones entre la estética y la política, y los problemas especulativos sobre la relación entre la técnica, el arte, el lenguaje y el cuerpo. Pertenece a la Red de humanistas digitales.

You may also like...

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos necesarios están marcados *

Puedes usar las siguientes etiquetas y atributos HTML: <a href="" title=""> <abbr title=""> <acronym title=""> <b> <blockquote cite=""> <cite> <code> <del datetime=""> <em> <i> <q cite=""> <strike> <strong>