Modificar el mapa de lo pensable

Entrevista con Jacques Rancière

En la recopilación titulada Et tant pis pour le gens fatigués (Ed. Amstersam), usted explica que su esfuerzo intelectual consiste en hacer posibles “otros mapas de lo que es pensable, perceptible y, en consecuencia, factible”. ¿Cuál es la apuesta política de tal cartografía?
Precisemos, primeramente, que esta cartografía no se identifica con lo que se llama estado de los lugares. Ella, más bien, vuelve a poner en cuestión las reglas que permiten trazar mapas e identificar lugares. Es a este nivel, en efecto, que la dominación se ejerce y convierte su orden en idéntico al orden de las cosas que percibimos, al trazar el mapa de lo que hay, al delimitar territorios donde las cosas advienen –por ejemplo, lo económico, lo político o lo social–, al determinar a aquellos que tienen competencia allí, etcétera. Su principio último es trazar la línea de reparto entre lo posible y lo imposible, es decir, entre los que pueden y los que no pueden. Antaño existió la división en castas de la sociedad. En la época moderna, la cosa se transforma en un principio de separación de los territorios, de las disciplinas y de las competencias que pone en correspondencia el orden del poder con el del saber. O bien, este orden se halla identificado al orden del tiempo. El gobierno se declara el único detentador de la visión del porvenir, el estratega revolucionario de la ciencia del momento en el que actuar.
La política adviene cuando a los “incompetentes” se les ocurre que ellos también saben pensar en el porvenir y pueden decidir sobre el momento. La cartografía de la que hablo marca las modificaciones que estas operaciones operan en el tejido común. No existe la teoría y la acción. Un momento llamado “puntual” modifica el mapa de lo pensable. Un trabajo de pensamiento, un espacio de discusión modifican lo dado. El pensamiento de la emancipación es solidario de esta idea de una racionalidad sin fronteras ni jerarquías.
Algunos señalan la emergencia de una “internacional” del pensamiento crítico. En tanto que teórico de la emancipación, ¿tiene usted el sentimiento de pertenecer a una verdadera comunidad de pensamiento, en el seno del que intercambios y debates ya no conocen fronteras?
Hay una comunidad, en un sentido amplio, en todos aquellos que se han rehusado a seguir las vías de la contrarrevolución intelectual que desencadenó desde el fin de los años setenta. Esta comunidad se manifiesta a través de ciertos encuentros como el coloquio sobre el comunismo de Londres (2009) o la elaboración de actitudes comunes frente a los acontecimientos recientes. No se puede, por tanto, desde mi punto de vista, hablar de una comunidad internacional activa de discusión entre los pensadores llamados “radicales”.
Pero este diagnóstico necesita dos correcciones. Primero, el verdadero diálogo filosófico no es el de los debates y coloquios, es el de las obras mismas, el de los espacios que ellas abren y donde otros pueden trazar caminos que definen a su vez espacios nuevos. Después, el problema no es que los pensadores se encuentren para debatir, se trata de que su trabajo sea apropiado por gente que produzcan entre sus pensamiento encuentros, debates o conjunciones que ya no son suyos. Ahora bien, hoy existe, entre los medios del activismo político, los activistas del mundo del arte y los investigadores, una comunidad de gente que hace circular estas ideas, vinculándolas a sus problemas, inventándoles aplicaciones y consecuencias imprevistas. Lo he verificado estos últimos años en las cuatro esquinas del mundo.
En El pensamiento tibio (Seuil, 2005) el historiador británico Perry Anderson afirma que después de “los fuegos artificiales intelectuales de los ‘treinta gloriosos’”, Francia ha sido poco a poco marginada, hasta el punto de volverse una suerte de provincia remota en el mundo del pensamiento. ¿Qué piensa de esto?

La nostalgia por esos “fuegos artificiales” tiene doble fondo. Es la revancha de los que se mantienen en los viejos esquemas probados sobre los innovadores siempre acusados de ser prestidigitadores o de pirotécnicos, acusación conforme a lo más gastado de los estereotipos antifranceses. Sobre el fondo de las cosas es cierto que, después de treinta años, la reacción académica, el 

proclamado regreso a la buena vieja filosofía política y el peso del pensamiento llamado republicano han encerrado a Francia o han marginado a sus investigadores en relación con las investigaciones que se desarrollan particularmente en el mundo anglosajón: estudios postcoloniales, trabajos sobre el género y crítica de las identidades. ¿Qué participación en las discusiones sobre el pensamiento postcolonial esperar en un país donde los legisladores ordenan enseñar los “aspectos positivos de la colonización” y donde la intelligentsia mediática descarga día a día sus fantasmas antiárabes y antimusulmanes?
Aquella Francia seguramente no interesa a nadie en el extranjero. No es así para aquellas o aquellos que prosiguen el esfuerzo de los pensadores de los años sesenta por redefinir la imagen del pensamiento, las formas de la comunidad y las vías de la emancipación. Se dirá que es una Francia de muertos y de septuagenarios. Pero el fervor con que los primeros son leídos y los segundos escuchados por los jóvenes que hoy quieren cambiar el mundo permite pensar que el trabajo de acallarlos llegó a sus límites y que nuevas audacias de pensamiento van a nacer.

Declaraciones recogidas por Jean Birnbaum

Tomado de: http://www.lemonde.fr/livres/article/2010/07/01/jacques-ranciere-modifier-la-carte-du-pensable_1381551_3260.html#ens_id=1378477

Traducción de José Francisco Barrón Tovar


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Francisco Barrón

Doctorante en Filosofía por la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. Ha participado en varios proyectos de investigación como: “Memoria y Escritura”, “Políticas de la memoria”, “La cuestión del sujeto en el relato”, “Diccionario para el debate: Alteridades y exclusiones”, “Estrategias contemporáneas de lectura de la Antigüedad grecorromana” y “Herramientas digitales para la investigación en humanidades”. Se ha dedicado al estudio del pensamiento griego antiguo, francés contemporáneo y de los filósofos alemanes Friedrich Nietzsche y Walter Benjamin. Sus intereses son las relaciones entre la estética y la política, y los problemas especulativos sobre la relación entre la técnica, el arte, el lenguaje y el cuerpo. Pertenece a la Red de humanistas digitales.

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