“Técnica y libertad”, Rosendo Salazar

Nicolás Berdiaev. ¿Quién osaría negar el relieve sociopsicológico de este pensador cristiano?

Berdiaev invoca a Feodoroff: “La potencia de la técnica está ligada al capitalismo, del que ella salió y cuya arma más poderosa es la máquina. El comunismo pide prestada a la civilización capitalista esta hipertecnicidad y crea una verdadera religión de la máquina, que deifica como un totem”.

Según esto presente y porvenir se vinculan al poder de la técnica; por lo mismo será al proceso técnico que se deba el futuro humano. Pero la máquina representa una cosa más: pretende que la civilización sea sumisa a cualquiera o a ambos dos factores en lucha por la hegemonía mundial: Capitalismo y Socialismo.

Sabiamente asienta Berdiaev que “individuos heridos por la máquina afirman gustosos que está desnaturalizando al hombre, que es la gran culpable. Semejante concepción no es compatible con la dignidad humana. No es la máquina creada por el hombre la responsable y es dar pruebas de mala fe achacarle todos los daños. Es al hombre a quien le es preciso apoderarse de la terrible hegemonía del maquinismo. El problema debe ser transpuesto del exterior al interior. El mundo se deshumaniza y no es sino una proyección de ese proceso”.

Considero que ya es tiempo de que se hable claro. El pleito no es, adecuadamente analizado el problema, entre hombre y máquina, sino entre capitalismo y socialismo; por tanto es sobre estos dos polos de la cuestión social que se necesita fundir un juicio acertado. La técnica no es responsable de que exista antilibertad en la sociedad política, en cuyo renglón la vida no se siente como tal sino como una carga que arrastra al mal. Malebranche decía: “La libertad es un misterio”. En cambio el hombre, que ha inventado la técnica y lo ha hecho bajo la presión de la autoridad capitalista, ha puesto la máquina al servicio de las peores concepciones políticas. El imperialismo no es vástago del socialismo sino producto del capitalismo; no es posible, entonces, achacar lo que se ha realizado de grave contra los derechos sociales, económicos y políticos de ciertas partes de la Tierra, al maquinismo.

El orden aconseja solidaridad. Por tanto, cualquier atentado que se cometa contra el derecho de las naciones a existir en paz, constituye una desfiguración de hecho que no le es permitido soslayar a nadie. Se sobreentiende que la solidaridad es una palabra plena de sentido y que connota armonía. No nace de otra parte que de la armonía la solicitud con que el Estado cuida de que no se corrompan las instituciones y, al envés, estas mismas se desenvuelvan progresivamente. He aquí, pues, el primero y de consiguiente más imperioso de los contenidos solidaristas: regular y vigorizar las obligaciones morales.

El socialismo nace y el capitalismo lo recibe en sus brazos, lo mima, lo ama casi, rodeándolo de todo género de distracciones; para mayor gozo lo nombra su heredero. Pero se convence un día de que el socialismo posee sustancia rebelde; vuelto un demonio el capitalismo se enfrenta al hijo y lo conmina a obediencia: maduro y consciente de su deber en la vida el socialismo se niega a eso. Acusa de tirano al padre, llama sistema de esclavos a su régimen, y considerando que tal estado de cosas ha concluido inicia lo que se puede Ilamar un nuevo tiempo en la historia de la humanidad.

Ahora, con todo el fervor de una convicción bien formada, digo: Conviene al bienestar social el arraigo de las fuerzas productivas en una sola y positiva, y si una ley fundamental nacionaliza las energías del suelo, del subsuelo, de las aguas y de la electricidad, no existe razón alguna para que otras fuerzas esenciales a la necesidad económica y a la cultura intelectual de la colectividad del trabajo existan privadas de utilización en los campos de servicio a los pueblos del mundo.

Sindicalismo reivindicatorio de la necesidad de ser hombres: ¿Qué se hicieron aquellos días de la gran queja, cuando los numerosos dolores se tornaban uno solo, lapidario, frenético, convulsivo? ¿No fue aquello para extirpar cualquier malentendido entre los trágicos del trabajo corporal y los antitrágicos de la producción cultural. Llamadas por la historia para que el trabajo dejase de ser fuente infausta de sufrimiento, las masas enajenaron su importancia primitiva; tanta fue su confianza que hicieron causa común con los sucesos de todos los ámbitos de la tierra. Las raíces mitigadoras del dolor de los humildes, hijos del trabajo glebario, esperan aún que los mismos que las pusieron en subasta las vuelvan al estado de vida en que se hallaban.

“Los obreros están hipnotizados con sus desgracias; este problema de la condición obrera nueva es urgente y debe ser examinado.”

Los que abominan del tiempo heroico de las asociaciones de resistencia abominan de lo único que puede servirles para subir de la condición de bestias domesticadas a la muy gloriosa de seres humanos. Pues donde se ve florecer el bienestar economicosocial reviven las fuerzas eternas de la materia.

Se dice que el pasado que se destruye no se recupera jamás. Se dice que la destrucción del pasado es quizá el mayor de los crímenes”. Se dice en fin que, actualmente, la conservación de lo poco que queda debería convertirse en una idea fija”.

En ese tiempo era la idea que enardecía a las masas proletarias; mas el futuro ha llegado con pasos de fiera hambrienta y clava la garra en la carne de las multitudes famélicas, si antaño extorsionadas ahora sumidas en incultura.

¡Segura de ser retomada para un mañana digno de la familia del hombre la idea solidarista, soterrada, espera!

¡No se destruirá el sufrimiento que agobia a las masas pobres de la población mundial apelando a los tribunales de la justicia burguesa!

Los procedimientos deben ser cambiados; pero antes sería bueno darse cuenta del temor que domina a las masas constituidas por miserables de todos los rangos y niveles. Este impresionante abismo de la paciencia humana corroe las voluntades, taladra los huesos.

El pueblo de los campos labrantíos, el pueblo de las fábricas, sufre la impresión de inexistencia; su sensación de vida se traduce en una especie de descontrol mental que lo lleva a desesperar de todo. “Sumergidos (los obreros) en esa miseria corporal (que es como el toque sombrío del cuadro mortal), en cuerpo y alma, inclusive en imaginación, ¿cómo podrían imaginar algo que no lleve su marca? Por más hermosa que sea la entonación de un grito de dolor no debemos desear seguir escuchándolo; es más humano no tratar de mitigar ese dolor”.

¡Dichoso el hombre, porque a partir de Prometeo arde en almo fuego! ¡Dichoso, porque el sentimiento de autoexistencia nació en él, precisamente, el día que le fue dado el fuego! Dase perfecta cuenta de que él y el Universo son recíprocos. La duda fue deshecha, la cueva quedó atrás en sombras, mujer y hombre se dieron las manos, en lo sucesivo cimas y valles irían por delante. Cuando surge la conciencia aparece el hombre. “Lo decisivo –nos dice Martín Buber, israelí, nacido en Viena el 1878, discípulo de Dilthey y amigo de Scheler– no es que esta criatura sea la única que se atreve a penetrar en el mundo para conocerlo, por muy sorprendente que sea lo decisivo conoce la relación entre el mundo y él mismo; en medio del mundo le ha surgido algo que puede encararse con él. Pero esto quiere decir que ‘en medio del mundo’ tiene una problemática especial”.

Hermanos en el trabajo: Paréceme haberos dicho quenel Héroe del Cáucaso individualizaba el estoicismo, actitud enemiga de la tiranía, plena urgencia del hombre: ni usurpador ni usurpado, ni amo ni esclavo. Deje a la mujer determinar por sí misma sus acciones y ella será madre productora de una humanidad libre de cualesquiera coacciones.

Y ya que hablo de Esquilo diré alguna cosa de Hesiodo, compañero de los labradores de la tierra, autor de “Los Trabajos y los Días”. Considera a los jueces como devoradores de pueblos, “cuyo interés primordial está en la lucha diaria por la vida”. Así lo escribe Bowra en Historia de la Literatura Griega, traducción de Alfonso Reyes (Fondo de Cultura Económica).

Nada de extraordinario: rusticidad encantadora, amor a la tierra nada más.

Ahora, ¿quién puede decir que el estoicismo ha muerto? *Ha muerto como sistema, pero vive como virtud: su energía y vitalidad se siente en muchos momentos de la vida, en la filosofía de las naciones occidentales, en la jurisprudecia de todo el mundo civilizado. Más aún: dondequiera que el pensamiento lucha por elevarse sobre sí mismo, dondequiera que su espíritu domina la carne por su propia voluntad, allí vemos activa la disciplina inmortal de Zenón”.

Tan bellamente como lo ambicionaría un poeta, así corona su pensamiento, sobre el estoicismo, Inazo Nitobé, A. M. Ph. D., autor de “El Bushido” (El Alma del Japón), libro traducido por Gonzalo Jiménez de la Espada, profesor de lenguas extranjeras de Tokio.

Sublime en el desafío, sublime en el sacrificio, pero, asimismo, sublime en la victoria, ¡Prometeo vive; crujen sus huesos al impacto de los hierros, corre su sangre por la roca, mientras su mirada se hunde, tierna, en el cóncavo Olimpo! ¡Ha vencido al sufrimiento!

La historia de las clases sociales no registra sino que la división de la sociedad en siervos y señores debe concluir.

El antagonismo de clase se origina de la propiedad de la tierra y urbana. Aún ahora el sistema se conserva operante sobre las inermes mayorías actoras de la riqueza, que no disfrutan; allí que la sociología del trabajo determine que la historia del progreso registrado hasta el presente sólo sea la realización de una lucha continua y por ende tenaz entre los que lo poseen todo y los que nada tienen, fuera de sus manos.

EI mal no es eterno, alguna vez tendrá que desaparecer, ello el día que el obrero y el campesino recobren la razón, que hoy se les enajena.

¡Soplad. .. Soplad, explotadores. .. Animad esa hoguera con vuestros errores, capitalistas envilecidos, y llegará, no lo dudéis, el fin de vuestra historia! Esto se podrá tildar de fantástico, pero… nada se ventila en el mundo de la teoría que no tenga consecuencia directa en el orden de los hechos.

¡La humanidad busca su rostro!

Seguro que al alumbrar la civilización quienes la empezaron no pensaron en darle expresión determinada. Es seguro. La cultura avanzó adquiriendo ya este rasgo, ya el otro. En cada uno sintiendo su propia fluencia, en la armonía. La pareja humana es dulce por naturaleza, así la cultura, pero la civilización, con sus artificios, ha envenenado las fuentes todas donde el espíritu abreva.

La tierra -dice Bradley-, como todo lo demás en la naturaleza, ha escrito su propia historia, una dramática historia cuyos temas principales son ya conocidos gracias a los esfuerzos mancomunados de muchos traductores… La tierra sobre la que se ha desarrollado el espectáculo de la vida durante muchos eones.”

Ante todo se debe pensar que el hombre ha necesidad de un ideal; los pueblos de hoy tienen de sí mismos otros conceptos sobre el mundo y la vida. Si lo anterior acontece con los individuos hombres y mujeres, en buena lógica sucede con las nacionalidades pobres y aun las ricas. No se puede, pues, ni se debe tampoco, forjarse ilusiones sobre el mañana o de que el imperialismo financiero con cara de cesarismo resuelva otra cosa que no sea de su interés de dominio.

Lo político no está en el no ser sino en el ser. Sobre cualquier otra opinión debe impedirse la continuación del antagonismo como norma, el antagonismo es palabra que empleada como aconseja el diccionario de la lengua establece lo contrario a lo que es y está en razón. Dice R. H. Francé: “Una de las misiones más difíciles de la ciencia objetiva es el de transformar los conocimientos aislados y muertos en ideas nuevas llenas de vida, en ideas activas y motrices.”

Necesitamos del equilibrio; ha de haberlo entre deber y derecho, cultura del cuerpo y cultura de la mente. Nuestros actos, sean políticos, sean económicos o sean morales, deben ser meditados lo bastante para ponerlos en armonía con nuestro interés.

El futuro no es un credo, sino un resultado, con puertas a nuevos futuros. ¿Dudan? ¿Temen? La reserva mental no concuerda con la sana opinión. Nadie debe fiar en quien, carente de opiniones limpias, necesita de aseo. Asead vuestra mentalidad, filooportunistas; entonces sabréis cuál fue de los patriotas la piedra angular, pues en lo mejor de sus contemporáneos puso lo mejor de su experiencia. Os conozco, filooportunistas; sois individualistas hasta los tuétanos; nunca habéis dado pruebas de otra cosa; le arrebatáis de la mano al compañero o al amigo lo que podéis; sois poderosos sentados en las espaldas de los millones de miserables que tienen la desgracia de creer en vosotros, filooportunistas.

En buena ciudadanía la austeridad en el trato, la moderación, son signos jubilosos de adelanto moral. No es la riqueza, pero tampoco la pobreza las que hacen al hombre o a la mujer; son las virtudes del carácter las que lo emancipan del oprobio donde tanta gente perece.

¡Carácter! En efecto, el prototipo del hombre de Estado es aquel que da ejemplo de apasionada valoración del hombre que en el trabajo y en la patria cifra su mayor orgullo. Por disciplina el hombre de Estado es reflexivo. Existe en los regímenes institucionales un ritmo: Democracia. Hermosa palabra.

Ni ocupándose de lo espiritual deben consentirse monopolios. No deben permitirse. Nuevos núcleos. Vida nueva.

Sigo en mi tarea de analista de la democracia como actitud humana, como civismo. Todos los países tienen urgencia material y moral de alientos cotidianos. Bulle el abismo del odio. Dos tipos de vértigo nos abisman, el de altura y el de profundidad; pero lo razonable está en el orden de la naturaleza. Dicen los teócratas que cualquier poder viene de Dios; los racionalistas demócratas contestamos que el poder viene del pueblo. Leo en Louis Rougier (“La Mistica Democrática, sus orígenes y sus ilusiones”): “Además, si nosotros no tenemos confianza en la democracia la máquina marchará mal. En el dominio de la acción la fe engendra el éxito. El que está convencido de que no tendrá éxito en los negocios los hará inevitablemente malos. El que no cree en la democracia hará, sirviéndose de sus instituciones, mala política.”

Por todos los ámbitos de la cultura existente resuena, múltiple, una palabra, que explica la posición colectiva: unidad en las ideas, unidad de hecho.¿Puede el antagonismo resolver los grandes asuntos humanos fuera de lo humano? Indiscutiblemente, no. Cuando Renán, uno de los grandes de la historia y de la filosofía, exclama: “La fe no debe ser una cadena!”, nos advierte de una cosa: que siendo la fe un medio para llegar a ser libres no está bien que se la emplee para desvincular al hombre de su interés primordial, ser libre. Así, cuando el espíritu crítico flota en las arenas broncas de la política popular laica, se percibe en la tierra un como respiro. “El verdadero peligro no está en el comunismo de Estado (bolchevismo). Está en el campo de los que se entregan a la puja de la fe democrática, mezclando, imprudentemente, una doctrina puramente política con una mística social que ella no lleva consigo y que al ser puesta en obra conduce, consecuentemente, a la destrucción del régimen del que se proclaman los más fervientes prosélitos y los más firmes sostenes.” (Autor y obra citados.)

El problema de la libertad. Sobre esto escribe Bertrand Russell:

“No es imposible, para la fuerza humana, crear un mundo lleno de felicidad; los obstáculos impuestos por la naturaleza inanimada no son insuperables. Los obstáculos reales se hallan en el corazón del hombre y el remedio para éstos es una esperanza constante, encauzada y fortalecida por el pensamiento.”

Pero, óigase a Naquet, anarquista o anarcosindicalista franco:

“El verdadero papel de la existencia colectiva es el de aprender, el de descubrir, el de conocer; comer, beber, dormir, en una palabra, vivir, es un mero accesorio. En este respecto no nos diferenciamos de la bestia. El fin es conocer. Si yo fuese condenado a escoger entre una humanidad materialmente feliz, repleta como un rebaño de ovejas en un campo, y una humanidad existiendo en la miseria, pero de la cual saliese, de aquí y de allá, alguna verdad eterna, yo escogería esta última.”

A lo nuestro, lo clásicamente mexicano. Recordamos, una vez más, que el fenómeno de 1910 surge del estancamiento en que nos hallábamos y el esfuerzo que hubimos de realizar para que otras fuesen las cosas. Por cuestión de dignidad, fundamentalmente, nos arremolinamos alrededor del trono y lo demolimos en tres patadas. Fue todo.

Ninguna ideología de ésas que se miran danzar en los contornos del mundo autoritario vino a servir de báculo a este pueblo nuestro tiranizado por conjuntos de calamidades. Solamente el deber de lucha, con una perspectiva de instituciones, nos condujo allí donde se aprende a ser grande.

La totalidad de los pueblos del orbe sabe que la tolerancia tiene un límite; que cuando la tolerancia sobrepasa su propio límite degenera en aceptación; por tanto, no se rebelan a los tiranos de la Iglesia y del Estado porque estén locos, sino porque la opresión es intolerable, por el hombre, por la bestia, la planta y la vida en general. Este concepto de la vida ha conducido a la Revolución Mexicana a ver en la esfera de los movimientos económicos algo parecido a lo que el mismo Russell dice, o sea, que el mundo que tenemos que buscar es un mundo en el cual el espíritu creador esté vivo, en el cual la vida sea una aventura llena de alegría y esperanza, basada más en el impulso de construir que en el deseo de guardar lo que poseemos y de apoderarnos de lo que posen los demás.

México es ejemplo para el mundo: está transformando los moldes de la producción económica en gigantescos combinados de bienestar con el fuerte anhelo de que acabe para siempre en su suelo el parasitismo de los señores y sus agentes grandes y pequeños, al cual le deben sus desgracias todos los pueblos del mundo. Estoy por decir que hemos superado la etapa más difícil; la vieja y la nueva oposición han enmudecido; de un tajo cortamos la cabeza a la dictadura; y si esto sigue como va, qué duda cabe, pronto, asimismo, seremos libres del imperialismo cesarista que se arrastra por nuestros campos, minas y ciudades.

Para nosotros es, otra vez, la esperanza lejana la que tiene que inspirarnos, y no la expectación inmediata de la salvación.” (Bertran Russell.)

Tomado de Rosendo Salazar, Esta es nuestra revolución. El mensaje vital de la revolución mexicana. Costa-Amic Editor, D.F., 1967. pp. 138-149.


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Francisco Barrón

Doctorante en Filosofía por la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. Ha participado en varios proyectos de investigación como: “Memoria y Escritura”, “Políticas de la memoria”, “La cuestión del sujeto en el relato”, “Diccionario para el debate: Alteridades y exclusiones”, “Estrategias contemporáneas de lectura de la Antigüedad grecorromana” y “Herramientas digitales para la investigación en humanidades”. Se ha dedicado al estudio del pensamiento griego antiguo, francés contemporáneo y de los filósofos alemanes Friedrich Nietzsche y Walter Benjamin. Sus intereses son las relaciones entre la estética y la política, y los problemas especulativos sobre la relación entre la técnica, el arte, el lenguaje y el cuerpo. Pertenece a la Red de humanistas digitales.

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